Seamos pacientes, con alegría, en la aflicción. ¡Dios nos ama!

San Isaac el Sirio

 

El camino de Dios es la cruz de cada día. Nadie ha llegado al Cielo entre comodidades. Y sabemos en dónde termina el camino del confort y el buen vivir.

 

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Muchas veces Dios permite que ascetas virtuosos enfrenten duras carencias y se levanten tentaciones en contra suya —como terribles enfermedades—, y al igual que Job, sean arrojados en la miseria, viéndose también en riesgo de morir a manos de hombres perversos. Tan sólo sus almas permanecen intactas. Porque no es posible que, siguiendo el camino de Dios, dejemos de enfrentar cosas y situaciones desagradables, y que nuestro cuerpo no sufra de enfermedades y distintas privaciones, si vivimos una vida en virtud. El que vive de acuerdo a su propia voluntad de pecado, vencido por la envidia o por cualquier otra iniquidad que mata el alma, será condenado por Dios.

Si el hombre se mantiene en el camino de la virtud, viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios —junto a muchísimos más que se esfuerzan de forma semejante—, y se ve apremiado a enfrentar alguna situación desagradable, no debe ceder y abandonar el camino andado. Al contrario, debe recibir tal prueba con alegría, sin quejarse, agradeciéndole a Dios por tan grande don. Debe agradecerle incluso por haber caído en esta prueba, por Su amor, haciéndose partícipe de los sufrimientos de los Profetas, los Apóstoles y todos los Santos, quienes soportaron muchísimas afrentas, tanto por parte de los hombres como de los demonios, o incluso de su propio cuerpo, pero sin abandonar jamás el camino de Dios.

Es importante subrayar que, sin la aquiescencia de Dios, es imposible que la tentación nos encuentre, deviniendo ésta en motivo para vivir de acuerdo a la voluntad divina. Y no es posible que Dios obre de otra manera, cuando quiere ayudar a quien desea estar junto a Él, sino permitiendo que éste atraviese distntas pruebas, para después entregarle completamente la verdad del Evangelio. Y esto, porque el hombre solo no puede hacerse digno de la grandeza de la virtud. Es imposible que el hombre pueda entregarse a las pruebas por sí mismo, con tal de recibir las bondades de Dios, mucho menos gozarse en ellas, si antes no ha recibido el carisma de la paciencia, por parte de Cristo. Esto lo atestigua el Santo Apóstol Pablo. Porque es tan grande este don, que lo denomina “gracia”, diciendo: “y es una gracia para ustedes que no solamente hayan creído en Cristo, sino también que padezcan por El” (Filipenses 1, 29). También el Apóstol Pedro, en su epístola: „Felices ustedes si incluso tienen que sufrir por haber actuado bien… más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo ” (I Pedro 3, 14; 4, 13). Así las cosas, no es bueno alegrarse cuando todo nos sale bien, y al enfrentar las pruebas, pensar con amargura que éstas son ajenas al camino de Dios. Recuerda que, desde siempre y de generación en generación, los hombres siguen el camino de Dios por medio de la cruz y la crucifición y muerte de los pecados. ¿De dónde sacaste, entonces, que no es bueno sufrir aflicciones? Entérate, pues, que pensando así tú mismo te alejas de la senda de Dios. No quieres seguir los pasos de los santos, sino que quieres tomar otro rumbo, el tuyo, y andarlo sin sufrir.

El camino de Dios es la cruz de cada día. Nadie ha llegado al Cielo entre comodidades. Y sabemos en dónde termina el camino del confort y el buen vivir. Sin embargo, Dios no quiere que el que se ha entregado a la disipación, con todo su corazón, permanezca en ese estado. Al contrario, Él quiere que el hombre se preocupe permanentemente en adquirir las virtudes. También es a partir de esto que entendemos que Dios le cuida, por el simple hecho que le envía incesantemente aflicciones.

A los que viven soportando tentaciones, la Divina Providencia nunca los abandona a manos de los demonios. Y si se postran y besan con humildad los pies de sus hermanos, cubren sus faltas, como si se trataran de las suyas propias. Luego, quien quiera vivir sin ocuparse de las virtudes, pero al mismo tiempo pretenda andar la senda de la templanza, es que no tiene la menor idea de lo que es este camino. Los justos no sólo se sacrificaron voluntariamente, sino también involuntariamente, soportando terribles aflicciones, enviadas para aquilatar su paciencia. Cuando el alma siente temor de Dios, no le teme a nada de lo que daña el cuerpo, porque su esperanza está en Dios, tanto en esta vida como en la futura, que no tiene fin. Amén.

 

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