Santo apóstol y evangelista Lucas

Nacido en Antioquía, se dedicó en su juventud al estudio de la filosofía, medicina, y arte griegos. Mientras el Señor Jesús ministraba en la tierra, Lucas vino a Jerusalén, donde vio al Salvador cara a cara, escuchó su enseñanza salvífica, y fue testigo de sus maravillosas obras. Viniendo a creer en el Señor, san Lucas fue incluído entre los Setenta enviados a predicar el Evangelio (cfr. San Lucas 10:1-20). Junto a Cleofás, vio al Señor resucitado en el camino de Emaús (cfr. San Lucas 24:13-35). Después del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, Lucas regresó a Antioquía y allí se convirtió en colaborador del apóstol Pablo, con quien viajó a Roma, trayendo tanto a judíos como a paganos a la fe. San Pablo escribe a los colosenses: «Les saluda Lucas, el médico amado» (cfr. Colosenses 4:14). A petición de los cristianos, escribió su Evangelio alrededor del año 60 d. C. Tras la muerte martírica del gran Apóstol, Lucas predicó en Evangelio por toda Italia, Dalmacia, Macedonia, y otros lugares. Pintó tres íconos de la Santísima Madre de Dios, y también íconos de los Apóstoles Pedro y Pablo, y es considerado el fundador de la iconografía cristiana. En su ancianidad visitó Libia y Egipto, regresando desde allí a Grecia, donde se dedicó con gran celo a predicar el Evangelio y a traer gente a Cristo, sin considerar su avanzada edad. San Lucas escribió tanto su Evangelio como los Hechos de los Apóstoles dedicándolos a Teófilo, gobernador de Acaya. Tenía ochenta y cuatro años cuando unos malvados idólatras lo sometieron a la tortura por causa de Cristo, y lo colgaron de un olivo en el pueblo de Tebes en Beocia. Las reliquias de este maravilloso santo, que obran milagros, fueron trasladadas a Constantinopla en tiempos del Emperdor Constancio, hijo de san Constantino.

 

Tropario (Tono III):

Oh Santo Apóstol y evangelista Lucas, intercede ante Dios misericordioso, para que perdone los pecados de nuestras almas.

Kondakion (Tono II)

Alabemos al divino Lucas, heraldo de la verdadera piedad, orador de los inefables misterios, estrella de la Iglesia; porque el Verbo, que es el único que conoce los secretos del corazón del hombre, lo ha escogido junto al sabio Pablo como maestro de las naciones.

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