Los tres pasos a la contrición

Madre Siluana Vlad

 

¡Señor, ten piedad de mí! ¡Señor, sáname! ¡Señor, sana mi alma, porque te he faltado!”. Este es el tercer paso en la contrición. Es precisamente su centro.

 

 

El arrepentimiento es el descubrimiento y la aceptación de nuestra vulnerabilidad, nuestra, miseria y nuestra debilidad, a la luz de la luz divina. Sí, somos miserables, somos torpes, somos especialmente perversos, es decir que estamos enfermos, pero Dios vino a sanarnos. Pensemos cuán estrecha es la puerta de la contrición, porque no hemos aprendido a decir: “¡Sí, soy malo!”, sino “Mamá es mala por haberme traído al mundo, papá es malo porque no me quería, el partido fue el que me hizo así, no yo”. Es estrecha esa puerta… ¡pero no hay otra entrada! ¡Valor! Si acepto, sin acusar a nadie, que estoy enfermo y que solamente Dios me puede sanar, he dado ya el primer paso a la contrición.

El segundo paso empieza con la renuncia al pesimismo psicológico de la indignidad, como decía bellamente un pensador. ¡Y vaya si no es un sacrificio enorme esta renuncia! Pensemos en cuánto confort psicológico, y no solamente psicológico, nos produce el pensamiento de que no somos dignos. “¡No soy digno de comulgar!”… Por eso ni seguimos un canon, ni ayunamos, ni nos arrepentimos, ni nada… A tal grado, que hay algunos a los que quisiera preguntarles: “¿En verdad eres indigno o simplemente eres un ocioso?”. Estemos bien atentos a ese pesimismo psicológico que nos trae la conciencia de nuestra indignidad, porque se trata de un pecado con muchas caras. Primero parece humildad, luego contrición. Y, finalmente, nos aparta de Dios, Quien vino justamente a hacernos dignos.

Así pues, después de reconocer mi indignidad, debo ofrecerme a la misericordia de Dios: “¡Señor, ten piedad de mí! ¡Señor, sáname! ¡Señor, sana mi alma, porque te he faltado!”. Este es el tercer paso en la contrición. Es precisamente su centro.

 

Fuente: Doxologia.org

 

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