“¡Lo Santo a los santos!”

Aquel que es el úníco Santo, reflejándose en los fieles, brilla en un sinfín de almas y las muestra como santas, aunque Santo es sólo Uno y único, Cuya gloria no es menos que la del Padre.

 

 

Tomando el vivificador Pan y mostrándolo, el sacerdote llama a comulgar solamente a quienes sean dignos de ello, diciendo: “¡Lo Santo a los santos!”. En otras palabras: “He aquí, como podéis ver, el Pan de Vida. Acercaos, pues, quienes quieran comulgar de él, pero no todos, sino solamente quien sea santo”. Porque las cosas santas les son permitidas solamente a los santos.

Sin embargo, con la palabra “santos” nos referimos no solamente a los que se han perfeccionado en la virtud, sino también a todos los que se esfuerzan en esto, aunque aún no hayan alcanzado la perfección. No hay nada que les impida santificarse por medio de la comunión con los Santos Misterios y hacerse santos, tal como la Iglesia entera se llama “santa” y como dice el Apóstol de los Pueblos, dirigiéndose a todos: “… partícipes de un mismo llamado celestial” (Hebreos 3, 1).

Cuando el sacerdote llama: “¡Lo Santo a los santos!”, los fieles responden: “Único es el Santo, único el Señor Jesucristo, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 11). Ellos quieren decir que nadie tiene por sí mismo la santidad, porque esta no es el fruto de la virtud humana, sino que todos la tenemos por y con Cristo. Si ponemos bajo el sol varios espejos, todos brillarán y reflejarán tan fielmente esa luz, que hasta podríamos decir que hay muchos soles, cuando en realidad es uno solo, proyectado en distintas direcciones. También Aquel que es el úníco Santo, reflejándose en los fieles, brilla en un sinfín de almas y las muestra como santas, aunque Santo es sólo Uno y único, Cuya gloria no es menos que la del Padre.

Los hombres no han sabido exaltar con la gloria debida a Dios. Por eso es que Él dijo, reprendiendo a los hombres: “¿Dónde está la honra que se me debe? (Malaquías 1, 6). Solamente Su Hijo Unigénito supo darle la gloria correcta. Por eso, acercándose Su Pasión, Éste clamó: “Yo te he glorificado en la tierra” (Juan 17, 4). ¿De qué manera? Enseñándoles a los hombres la santidad del Padre, mostrándose Santo, como el Mismo Padre. Porque, si consideramos que Dios es el Padre de este Santo (de los Santos), entonces el resplandor del Hijo es la gloria del Padre. Y, si nos lo representamos como Dios ante la humanidad del Encarnado, es que la dignidad o virtud de la creación es la gloria del Creador de todo.

 

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