¿La Ortodoxia es una religión triste?

El presentador televisivo ruso Vladimir Pozner (en su programa homónimo Pozner, de Canal Uno), ha declarado recientemente que “la Ortodoxia es una religión sin alegría, difícil, con un alto grado de privaciones, y todo por un bien que, quizá, ni siquiera existe… y seguramente te invita a no vivir la vida plenamente”. Publicamos la respuesta de Alexei I. Ossipov, profesor de la Academia Teológica de Moscú.

 

La crítica a la Ortodoxia, tal como es formulada por Pozner, indica una completa ignorancia de lo que se está hablando. Se señalan en este género de críticas los ayunos, la vestimenta modesta, la participación en los oficios divinos, reconocerse pecadores (¿y también santos?) y algunas cosas más. Al mismo tiempo, no se quiere informar mínimamente sobre cuáles son efectivamente las reglas de la Iglesia y por qué se tienen ciertas actitudes.

El pecado, en la visión cristiana, es todo lo que falta a una persona física, psicológica y espiritualmente. Una persona, en otras palabras, no ofende o perjudica a Dios con el pecado –sería imposible por definición–, pero se daña a sí misma. Por tanto, los mandamientos y las reglas de la Iglesia, no son materia legal, por los que debido a su infracción, Dios castiga a un persona; sino que más bien, son advertencias que Él nos da a fin de que una persona no sufra ni se atormente. El cristianismo da estas recomendaciones con el fin de preservar al hombre del sufrimiento y para vivir correctamente.

Las reglas dicen: come, pero no demasiado. Bebe, pero con sobriedad. Canta, ríe, baila, pero con moderación. Cásate y vive en el matrimonio, y no forniques. Vístete como quieras, pero no seas impúdico, di la verdad, sé honesto, sé bueno, no mientas, y demás cosas. También Cristo en las bodas de Caná, en Galilea, comió, bebió, y cantó. Estaba alegre y no sombrío, como una nube cargada de lluvia.

En el cristianismo, la permisibilidad pagana (a menudo tomada por “libertad espiritual”), y la obsesión farisaica, son igualmente evitadas. ¿Cuál es el verdadero criterio? Seguir la conciencia evangélica y las enseñanzas de Cristo, y solo en este camino se pueden evitar el dolor y el sufrimiento. A causa de eso, y no por otra cosa, se le pide a la persona mantener cierto comportamiento.

La llamada al arrepentimiento de la Ortodoxia por los propios pecados, no es un intento disimulado de permitir la inmoralidad y de encubrir nuestros errores en la vida. Al contrario, solo el arrepentimiento delante de Dios, puede purificar nuestra vida y corregir la conciencia. De hecho, solo una persona descuidada de sí misma no distingue más el bien del mal. Y esto solo significa consecuencias aún más tristes en su historia personal.

Generalmente, el rechazo de la Ortodoxia es solo una excusa banal por la falta de fe en Dios, en la inmortalidad del alma y en la vida eterna. Sin embargo, ¿qué tipo de optimismo puede generar el pensamiento de la muerte eterna y la imposibilidad de continuidad de la humanidad? ¿Y adónde van la cultura, la ciencia, la psicología, la moral? En este tipo de pensamiento, solo un punto queda firme: toma lo que quieras, haz lo que quieras, remueve todo lo que “obstaculiza” tu vida. Rockefeller lo dijo sin ninguna pena: el crecimiento empresarial es simplemente la supervivencia del más apto… una rosa americana se cultiva así, y emana su buena fragancia; pero se cortan todos los demás brotes alrededor que no dan fruto. (“Disputas”. 1992. No. 1, p. 138)

En cambio, la vida del creyente es harina de otro costal. Miren los estímulos que el creyente tiene en la vida: la alegría, la filantropía, la caridad. La Ortodoxia ofrece apoyo moral y psicológico para resolver todos los problemas de la vida terrena. En primer lugar, la concesión de que la vida presente es solo el inicio de la vida eterna, y no un momento sin ningún sentido existencial como sugiere el ateísmo. Además, los ortodoxos tenemos la certeza de que Dios es un médico amoroso y no un juez despiadado; predispuesto siempre a consolarnos y a aceptar nuestro arrepentimiento (metanoia).

Esta fe anula en el cristiano los sentimientos de desesperación, abandono, odio, y del suicidio. El creyente sabe que, como durante una terrible enfermedad el médico manda al paciente de un ambulatorio a otro, así hace Dios con nuestra vida, a fin mejorar nuestra condición. El creyente acepta la vida con paciencia y con coraje; y con gratitud hacia Dios, cambia también su relación con los demás. Dios ama a todos de la misma manera, y por citar el Evangelio, hace llover sobre los justos y los pecadores (Mt. 5:45). Esto salva al creyente de la arrogancia, el orgullo, la humillación y la enemistad. La convicción de que este momento no es solo un paso efímero, nos salva de una vida ruin, de perder el tiempo, de la soberbia y de una vida imprudente.

He aquí en las palabras de Cristo: ¿por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no sacas la viga que tienes en el tuyo? (Lc. 6:41). Esta frase continuamente nos reclama la vigilancia de nosotros mismos, el vigilar nuestras pasiones, y no juzgar a los demás.

Y aún más: Haz a los otros como quisieras que se te hiciera a ti. (Mt. 7:12) Auxilio, justicia, amor, paciencia… he aquí lo que se pide a los cristianos. Aquellas cosas que el ojo no ve, ni el oído oye, ni entraron en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para quienes Lo aman. (1Cor. 2:9). Este es el fruto de la alegría, ese que fue preparado para los cristianos.

La fe ayuda a sanar el alma del egoísmo, de la antipatía por las personas, hipocresía, envidia, avaricia, orgullo y otras pasiones que desfiguran a una persona, reduciéndola al estado animal y demoníaco. Por tanto, son aquellos que no ven esta impureza en sí mismos, y que no buscan liberarse de ella, los que se permiten reprobar a la Ortodoxia, a sus esfuerzos, a los medios que ofrece para purificar a las personas que ya experimentan esa alegría supraterrenal que a otros es negada. El monje Serafín de Sarov, estaba tan lleno de alegría que saludaba a quienquiera que fuera con él con las siguientes palabras: “¡mi alegría!”. El monje Nikhon de Óptina, arrestado, rasurado y encerrado en la celda con terribles delincuentes mandó dar un mensaje: “¡no hay límite para mi felicidad!”. El abad Nikhon Vorobyov, que en los años treinta “construyó” Komsomolsk-on-Amur, dijo: “¡qué alegría me dio la oración de Jesús en aquellas condiciones terribles!”.

Tu razonamiento trae la idea de que las tendencias hedonistas en el ambiente ortodoxo testimonian, antes que nada, el empobrecimiento de la fe. El motivo principal para quererse divertir en la tierra es la pérdida de la fe. Si una persona tuviera fe, no tendría tales estados de ánimo. Estas tendencias siempre han existido desde el inicio del mundo. En cada persona, incluido el creyente, hay una lucha entre dos principios. Goethe habló bien de ellos con las palabras del doctor Fausto:

“Ah, dos almas viven en mi pecho enfermo.

Extrañas la una a la otra – ¡y sed de separarse!”

Esta lucha es natural. Pero le sigue una tragedia como cuando el profeta Isaías dijo: ¡ay de aquellos que llaman al mal bien y al bien mal, que consideran a la oscuridad luz, y a la luz oscuridad, lo amargo es tomado por dulce y lo dulce por amargo! (Is. 5:20). Porque la justificación del estilo de vida pagano, que es siempre más escuchado entre los predicadores cristianos, especialmente entre los protestantes y católicos en Occidente, testimonia la grave degradación del cristianismo moderno, hasta su redención casi completa. Pero como advertía San Isaac el Sirio: “la libertad desenfrenada es la madre de las pasiones… el fin de esta libertad inapropiada es la esclavitud cruel”. (Sermón 71).

 

Fuente: russian-faith.com

 

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