La Iglesia Ortodoxa Serbia a sus hijos espirituales en la Navidad del año 2017

IRINEJ
Por la misericordia de Dios
Arzobispo Ortodoxo de Pec, Metropolita de Belgrado y Karlovac,
y Patriarca de Serbia, junto con todos los Pontífices de la Iglesia Ortodoxa Serbia
a los sacerdotes, monjes y todos los hijos e hijas de nuestra Santa Iglesia:
Sea con ustedes la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre,
de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo
con el alegre saludo Navideño:

 

¡LA PAZ DE DIOS – CRISTO HA NACIDO!

 

“De modo que si alguno es en Cristo, nueva criatura es;
las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (II Cor. 5:17)

 

Queridos hermanos y hermanas, el Fundamento del Nuevo y Eterno Pacto de Dios con el hombre se cumplió efectivamente en este mismo día, en la primera “Navidad” de la historia. Debido a que hoy, amados hijos espirituales, Dios Pre-Eterno ha culminado la obra más grande que la creación del Universo y ha cumplido con la promesa a nuestros primeros padres, promesa de la cual los profetas hablaron desde tiempos inmemoriales y que la Purísima, Más Bendita y Siempre Virgen María aceptó con humildad. Dios el Logos (la Palabra) se hizo hombre y habitó entre las personas (Juan 1:14). El Hijo del Padre Celestial toma el género humano que es temporal, a modo como si un simple hombre se convirtiera en co-eterno con Dios. El Señor Todopoderoso “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 2: 7) y se hizo semejante al cuerpo de nuestra humildad, para hacernos a nosotros semejantes a la Imagen de Su gloria. Por esta razón, el Sabio Apóstol Pablo, en su admiración, exclama: “Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11: 33). En aquel momento, el magnífico e inspirador himno: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, entre los hombres buena voluntad” era coreado por la multitud del ejército de ángeles, mientras que el cielo con la estrella señalaba a Belén, la ciudad natal del Santo Profeta y Rey David, a la Casa del pan, donde verdaderamente se manifestó el Pan de Vida Quien descendió del cielo. En la tranquila y espiritual luminosidad de la noche Divina, el rostro humano del Pre-Eterno Hijo Unigénito con alegría era observado por los pastores que se habían acercado. (Lucas 2:4-15). Desde este magnífico misterio de la piedad – la aparición del Hijo de Dios en la carne – inconcebible para los ángeles y los hombres, el Pre-Eterno plan del amor omnipresente de Dios comenzó a ser revelado en el silencio de la cueva de Belén, colmada con la más extrema humildad y una indecible bondad. Y de hecho, acercándonos piadosamente a la ciudad de David, junto con los coros celeste-terrenales de los santos, vemos con ojos espirituales cómo es que en Él, a través del Cual
todas las cosas fueron creadas en los cielos y en la tierra, “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2: 9). Esta verdad manifestada por Dios se predica en nuestra Santa Iglesia innumerables veces en las palabras que el Hijo de Dios “por nosotros y por nuestra salvación, descendió del cielo, y se encarnó del Espíritu Santo y María Virgen y se hizo hombre”.

La salvación de la que habla el Símbolo de la fe, queridos hermanos y hermanas, supera cualquier expectativa humana. Dios no se hizo hombre para mostrar su gloria y majestad, ni siquiera para aparecerse, acompañado por los ejércitos celestiales de ángeles, en este mundo como su Gobernante. Ha sido del beneplácito del Salvador nacer de la Santísima Madre de Dios y Siempre Virgen María, para que el hombre, por las fuerzas llenas de gracia del Espíritu Santo, por el bautismo, la participación en la Sagrada Liturgia y la vida en Cristo, sea nacido espiritualmente de nuevo y se haga dios por la gracia, co-hermano y co-corporal con el Dios-Hombre. Es para el verdadero nacimiento a la vida eterna la causa por la que Él nos da el santo bautismo, la crismación y toda la vida en los sacramentos, con la Divina Liturgia en lo más alto, acompañando nosotros con nuestros esfuerzos para adquirir las santas virtudes evangélicas. Comenzando con pertenecer verdaderamente a la Comunidad de hijos de Dios, es decir la Iglesia, participamos en la vida divina de Cristo, y somos salvados y salvos en ella.

En la más radiante luminosidad y milagrosa alegría de la Navidad, la antigua sabiduría popular concibió un saludo: “Concede, oh, Dios, la salud y la alegría a esta casa, que nos nazcan niños sanos, que nos crezca el trigo y la vid, que se multipliquen nuestras posesiones en el campo”. Verdaderamente es un profundo pensamiento y un mensaje vivo y de gran alcance esta antigua sabiduría. Queridos hijos espirituales, nada valdrá la pena, ni Estados, ni decoradas ciudades y pueblos, ni el progreso económico por más que nos esforcemos, ni todos los bienes de este mundo, si como nación en forma paulatina pero constante empezamos a no-ser, es decir a que muramos más de lo que nacemos. Nuestros antepasados cristianos no tuvieron problemas para, a través de su turbulenta historia, después de las pruebas y tribulaciones más difíciles y, a veces, literalmente renaciendo de las cenizas, re-establecer el estado, la economía, la cultura y todo lo que siempre han hecho y que como resultado pertenecieron verdaderamente a la civilización europea. Esto fue su apretón de mano todo el tiempo. Porque sólo mientras sus hijos nacían en abundancia sus hogares estaban llenos de fe, virtud y fortaleza. Vamos pues, recordemos la ley del Señor, y tengamos presente el particular mandamiento de Dios dado a nuestros primeros padres Adán y Eva, que dice: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Gén. 1, 28.). Por lo tanto, amados en Cristo Jesús, ¡no descuidemos el cumplimiento de este mandamiento! El Señor del Amor se ofreció voluntariamente para encarnarse y vivir entre nosotros, y con Su Nacimiento de la Virgen María santificó el vínculo y dio sentido a la maternidad y al nacimiento.

En estos santos días de Navidad, con fervor rezamos por todos nuestros hermanos y hermanas en la fe, tanto en nuestra patria como en la diáspora, con el deseo que el Niño Dios Jesucristo haga arder en sus corazones y en sus casas el humilde regocijo de la luz de Belén, con la cual el cielo y la tierra hoy están iluminados y brillantes. En particular, instamos a todos los fieles que, en esta noche tranquila, el corazón y el alma seamos uno con el pueblo ortodoxo serbio sufrido que fielmente guarda y defiende cada pulgada de la tierra santa de Kosovo y Metohija, tierra que a nosotros, no lo olvidemos nunca, nos fue otorgada por el Señor como un inventario eterno. Los tiempos de agitación vinieron y pasaron. Durante todo este tiempo nuestros antepasados llevaron en sus corazones, en
forma indeleble, a los Monasterios del Patriarcado de Pec, Gracanica, Madre de Dios de Ljeviška, Banjska, Decani, Santos Arcángeles y miles más altares sagrados de Kosovo y Metohija. Sabían y recordaban quienes habían vivido en esta tierra en los últimos setecientos años y antes también, según lo registrado por las crónicas bizantinas. Sabían quiénes estaban dejando huellas en la cerámica desde el siglo noveno, y quiénes abrieron las primeras escuelas en las instalaciones de los monasterios, quiénes escribieron libros, pintaron frescos e iconos, construyeron templos, abrieron los primeros hospitales, escribieron libros eslavos…

Ellos sabían que el gran Zhupan (Conde) de Raska Vukan, en el siglo XI defendió la ciudad de Zvecan. Ellos sabían quiénes eran los gobernantes de las dinastías Nemanjic, Lazarevic, Brankovic Petrovic, Obrenovic y Karađorđević y que ellos levantaron santuarios serbios por toda la tierra serbia. Todos nuestros antepasados, hermanos y hermanas lo sabían. Y lo sabemos también nosotros, sus descendientes. Sabemos algo más: sabemos que en Kosovo y Metohija está hoy nuestro sufrido pueblo que como mártir confiesa su santa fe ortodoxa y valerosamente da testimonio de su propio nombre serbio. Sabemos, así como ellos también lo saben, y no olvidamos nada de todo esto, porque Kosovo y Metohija son nuestra Jerusalén, nuestra tierra santa. Y por eso podemos, junto con el salmista David, prometer en oración: “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén – Si me olvidare de ti, oh, Kosovo y Metohija, – que me mi mano derecha se olvide de mí” (Sal 137: 5).

Hermanos nuestros en la fe, no sólo en Kosovo y Metohija sino también en otros lugares, se enfrentan a tentaciones. Especialmente hoy, el Divino Niño Cristo nos anima a que nosotros, cristianos ortodoxos e hijos de la Iglesia, fortalecidos por Su gracia, y sin mirar a cómo otros se relacionan con nosotros, sea en cualquier lugar, en la Patria o en cualquier parte del mundo, a todos tratemos, según el mandamiento de Dios, en forma fraterna y amigable, cualquiera que sea la religión y la nacionalidad que tengan, sabiendo que el Dios del amor nos preguntará qué hicimos a los demás, y no qué nos hicieron los otros.

Hoy en día, cuando la Virgen María da a luz al Pre-Eterno Dios, rezamos por todas las personas, especialmente por los jóvenes, atormentados por los terribles vicios de la adicción a las drogas, al alcoholismo, al libertinaje, la pereza, la ira, el amor al dinero, la envidia, el orgullo, el exceso, la insensibilidad, y todos los demás vicios que, prometiendo un aparente regocijo, en verdad destruyen la piadosa dignidad del hombre y lo hacen un esclavo. Rogamos al Señor que los fortalezca para conocer la verdad y reconocer la imagen de Dios en ellos, para que con valentía se pongan de pie y se liberen de los grilletes de las decisiones equivocadas. El Señor Jesucristo dice: “… Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres … Todo el que comete pecado, se hace esclavo del pecado” (Juan 8, 32, 34). Somos libres en el verdadero sentido de la palabra, sólo cuando vamos por el camino de la vida virtuosa, que emerge de la unidad del amor con Dios. Por el contrario, el mal uso de los dones dados por Dios, y del potencial que tenemos, así como la elección de una forma de vida equivocada, debilita y destruye nuestra libertad, denigra nuestra personalidad, produce una sensación de vacío y desesperación y, en última instancia, conduce a la esclavitud espiritual. La libertad es, queridos hijos espirituales nuestros, libertad por Cristo, por el otro, por la vida y la salud. Libertad para la eternidad. Solo Dios puede darnos tal libertad porque verdaderamente Él es la Libertad, el coraje y la fortaleza. Solamente a través de la libertad que consiste en escuchar a la voluntad de Dios y en la auto-restricción ante nuestro prójimo y ante la naturaleza creada, se puede superar los terribles, y sin precedentes en nuestro país, conflictos entre los cónyuges, padres e hijos, parientes y
padrinos, de los que, por desgracia, demasiado a menudo oímos y leemos.

La Buena Nueva de la Natividad de Cristo hoy se anuncia también al mundo, en el cual las armas traquetean, en el cual se lleva a la violencia contra las personas y las naciones, el cual está gobernado por la desigualdad y la injusticia social, en el que los niños resultan inocentes víctimas de los conflictos armados, los diferentes tipos de abuso y el hambre, y sobre el cual la amenaza nuclear es diaria. Mientras estamos preocupados, sin perder la esperanza, le pedimos al Niño Dios de Belén que ilumine la oscuridad y lleve hacia bien a aquellos que sostienen en sus manos la palanca del poder.

¡No tengamos miedo! En lugar del cuidado y del temor terrenales, ¡recemos para que la paz de Dios hoy colme nuestros corazones! Es una paz que no es la pasividad ni indiferencia, sino una paz dinámica, creativa y, por sobre todo, una paz constantemente activa que tiene el poder de transformar, y que trae consigo la salvación no sólo a nosotros, sino también a la gente que nos rodea. La bendita experiencia del santo Serafín de Sarov testifica: “Adquiere el espíritu de paz, y luego miles se salvarán a tu alrededor”.

Dios, quien está con nosotros – Emmanuel – es precisamente esa Paz que trae consigo la paz del Reino Celestial. Semejante paz, por supuesto, no puede equipararse con los esfuerzos anteriores, actuales y futuros por lograr la pacificación en este mundo, el cual no comprende la relación entre las Personas del Dios Trino. La paz de Cristo es única, ya que se basa en el inefable e incomprensible amor del Padre Celestial “Quien de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El Señor Jesucristo Dios-Hombre nació de la Virgen María, murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, dando la paz y la bienaventuranza de la vida eterna a toda la creación. Esta realidad de la obtención de la paz que vence al pecado y la muerte, queridos hijos espirituales, la experimentamos no sólo hoy en la fiesta de la Navidad de Cristo, sino también cada vez que nos reunimos en nuestros santos templos para la Divina Liturgia y cuando comulgamos con Cristo Vivo.

Celebrando la fiesta de hoy, oremos para que nuestros corazones se conviertan en la cueva de Belén, donde nace Cristo, el Hijo de Dios. Para que nosotros, irradiados por la luz de la estrella de Belén, iluminados por la sabiduría de los sabios (magos) de Oriente, inspirados por el Espíritu Santo, que valoró a la Madre por sobre las madres y ha calmado la agitación del recto José, con audacia exclamemos a los cuatro lados del mundo, anunciando la venida de Aquel que nos salva:

¡LA PAZ DE DIOS – CRISTO HA NACIDO!
¡EN VERDAD HA NACIDO!

Dada en el Patriarcado de Serbia en Belgrado, en la Navidad del 2017

Vuestros orantes ante el pesebre de Niño Dios Cristo:

IRINEJ, Arzobispo de Pec,
Metropolita de Belgrado y Karlovac,
Patriarca Serbio

Junto con todos los Metropolitas, Arzobispos y Obispos de la Iglesia Ortodoxa Serbia

 

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