Jesús, gozo de los anhelos del hombre

 PADRE TEÓCLITO DIONISIATO

 

“Afuera de Cristo es imposible conocer a Dios, ni lo que es la vida, ni lo que es la muerte. El amor de Cristo constituye la solución al enigma de lo solitario, al enigma de los anhelos secretos del alma. Ama tú también, amigo, y lo entenderás.”

 

 

«Te has llenado de entusiasmo, amigo teólogo», dijo el monje Crisóstomo. «Tienes razón. Porque, quien beba del agua de nuestro monaquismo, nunca más tendrá sed (Juan 4, 14). El amor a lo solitario, que, por extensión, es un amor a Cristo, un amor “más fuerte que el infierno”, encendió grandes almas y espíritus eminentes, muy amados. ¿Cuál de los Padres no veló a los pies de Jesús? ¿Cuál de los justos no lloró a Su lado? Pablo, el que hablaba bellamante, encomiándose en las ofensas que recibía por Cristo, le dice al mundo entero: “Me gozo en mis sufrimientos” (Colosenses 1, 24) Y: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? (…) . Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8, 35, 38-39). También el beato Agustín, en un momento de exaltación, clama: “Sería mejor para mí no existir, que existir, pero sin Cristo…”

Hermano, en el salón del mundo no podremos encontrar a Aquel que amamos. Y sin Él no podríamos conocer nada. Como dice un sabio: “Ante nuestra ineptitud, nuestro corazón pide a Jesús. Todos estamos predestinados a Él y nuestra alma no encuentra descanso sino en Él. La naturaleza del amor divino es tal, que el hombre se siente con una intranquilidad perenne, corriendo entre bosques y colinas, buscando a su Amado y preguntando, con la novia del Cantar de los Cantares: “Yo os juro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amor, ¿qué le vais a decir? Que enferma estoy de amor” (Cantar 5, 8). Y, nuevamente: “¿Acaso habéis visto a aquel que mi corazón ha amado?”.

Según San Dionisio Aeropagita, “El amor divino es extático, haciendo que quienes aman ya no sean de sí mismos, sino de aquellos que son amados”. ¿Qué más quieres, amado teólogo…? Afuera de Cristo es imposible conocer a Dios, ni lo que es la vida, ni lo que es la muerte. El amor de Cristo constituye la solución al enigma de lo solitario, al enigma de los anhelos secretos del alma. Ama tú también, amigo, y lo entenderás…».

Levantándose, el monje Crisóstomo se acercó al teólogo y, dándole un golpecito en el hombro, siguió:

«¡Cuántas cosas has dicho hoy, hermano! La verdad cristiana es tan simple, que (si la entendieran) nuestras almas permanecerían puras y simples, ni necesitarían tantas palabras y semejante carga de conocimientos inútiles. Pero, ya que nuestra naturaleza se corrompió por causa de la desobedencia en el Edén, nos volvimos seres complejos y nos arriesgamos a no entendernos más. Es algo trágico que raras veces dos hermanos piensen igual. Pero, gracias al Señor, Él se encarnó para llevar al hombre a “la dignidad primordial”. Con el amor de Cristo se resolverían todas tus dudas, porque todos los problemas de la humanidad se reducen al corazón humano. “Nuestra mente es como un mercenario que sirve, bajo toda clase de pretextos, a las disposiciones del corazón”. “No puedes sacar ciruelas de las espinas”, amigo. Aquel que tenga un corazón perverso, será incapaz de tener ideas santas. Supongo que no pondrás ninguna objeción a lo que te estoy diciendo, porque, como teólogo, seguramente conoces los elementos esenciales de la doctrina cristiana».

 

Fuente: Doxologia.org

 

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