¿Has olvidado el auxilio y la protección que la Virgen te ha dado?

“No olvides tus plegarias y no vuelvas a renunciar a esa oración que hacías para exaltar a la Soberana del Cielo, no sea que finalmente Ella se aleje de ti”.

 

 

Sacó el libro de su bolsillo y empezó a leer una historia muy hermosa sobre un piadoso hombre llamado Agatonio. De pequeño, este había sido enseñado por sus devotos padres a pronuciar diariamente, ante el ícono de la Madre de Dios, la oración que empieza: “Alégrate, oh Virgen, Madre de Dios…”, así como otras plegarias. Esto lo hacía todos los días. Con los años, al crecer e irse a vivir por sus propios medios, Agatonio se vio absorbido por las preocupaciones y trajines de la vida; así, paulatinamente fue dejando de practicar la oración que le habían enseñado sus padres, hasta abandonarla completamente.

Una noche, a su casa vino un peregrino, quien le dijo que era asceta en Tebaida y que había tenido una visión en la cual se le ordenaba buscar a un tal Agatonio y reprenderlo por haber abandonado la oración a la Madre del Señor. Al reponerse de su asombro, Agatonio le respondió que la razón por la cual había dejado aquella oración era que, luego de muchos años repitiéndola, jamás había obtenido beneficio alguno de ella. Entonces, el asceta le dijo: “¿Es que no te acuerdas, ciego e ingrato, de cuántas veces esta oración te ayudó en la necesidad? ¿No te acuerdas de cómo, cuando apenas eras un zagal, milagrosamente te salvaste de ahogarte? ¿No te acuerdas de aquella enfermedad que arrastró a la tumba a muchos de tus vecinos, sin afectarte en absoluto? ¿No te acuerdas de aquella vez en la que, viajando con un amigo, ambos se cayeron de la carreta? Él se rompió una pierna, y a ti no te pasó nada. ¿Acaso no sabes que un joven conocido tuyo, hasta hace poco sano y robusto, hoy yace gravemente enfermo, en tanto que tú estás sano y no sientes el más mínimo dolor?”.

Después de recordarle muchos de esos hechos prodigiosos en su vida, finalmente el asceta le dijo a Agatonio: “Debes saber que todas esas desgracias te fueron evitadas por la Protección de la Santísima Madre de Dios, gracias a esa breve oración con la que, día tras día, animabas tu alma a unirse con Dios. Así pues, no olvides tus plegarias y no vuelvas a renunciar a esa oración que hacías para exaltar a la Soberana del Cielo, no sea que finalmente Ella se aleje de ti”

 

Fuente: Doxología.org

 

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