Epístola de Navidad de Su Santidad Patriarca Irinej (2019)

La Iglesia Ortodoxa Serbia

a sus hijos espirituales en la Navidad del año 2018

 

IRINEJ

Por la misericordia de Dios

Arzobispo Ortodoxo de Pec, Metropolita de Belgrado y Karlovac,

y Patriarca de Serbia,

 junto con todos los Pontífices de la Iglesia Ortodoxa Serbia

a los sacerdotes, monjes y todos los hijos e hijas de nuestra Santa Iglesia:

Sea con ustedes la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre,

de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo

con el alegre saludo Navideño:

 

¡La Paz de Dios – Cristo ha Nacido!

 

 

“Y el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”

(S. Juan 1:14)

 

 

Con las palabras “el Verbo fue hecho carne” el santo Apóstol, Evangelista Juan, amado discípulo de Cristo, expresa el gran misterio de nuestra fe cristiana. Aquél que “estaba en el principio”, es decir desde la eternidad, por medio de Quien todas las cosas fueron creadas; y sin el Cual nada de lo que ha sido creado fue creado, Aquél en el Cual está la Vida (S. Juan 1, 1-3), el “Logos”, el Verbo, la Palabra de Dios, se hizo carne cuando se cumplimentó la plenitud del tiempo (Gal, 4, 4), con el fin de regalar a todas las personas el don de la filiación y llevar elevando a todos hacia Su y nuestro Padre Celestial para la Salvación y la Vida Eterna (II Cor. 6:18)

El Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo es un acontecimiento que divide a la historia de la humanidad en dos partes: en aquello que sucedió antes de su nacimiento, que entendemos como la preparación de la gente para la llegada del Mesías, y en el período posterior a su nacimiento, el período en el que vivimos ahora. Incluso aquellos que por diferentes motivos no quieren mencionar el nombre de Cristo y hablan de “antigua y nueva era”, justamente de manera muy adecuada interpretan aquello que la Iglesia ya hace dos mil años viene predicando: que antes de Cristo todo era viejo, y con Cristo todo es nuevo, tanto el hombre como su vida y la totalidad de la historia (Apocalipsis 21: 5).

El Nacimiento del Hijo de Dios es para los cristianos el acontecimiento central, clave y más importante de la historia del mundo, y su significado establece absolutamente el modo de vida cristiano y la perspectiva cristiana del mundo. Acerca de estos cimientos deseamos recordarles hoy, queridos hijos espirituales nuestros, cuando se congreguen en los santos templos. Poner énfasis en las bases evangélicas de la fe ortodoxa nunca es superfluo, ya que todos somos proclives a, casi imperceptiblemente, introducir en nuestra fe nuestros propios puntos de vista.  Esto puede suceder fácilmente en estos tiempos en los que vivimos, con juicios y opiniones mundanas, y muchas veces es por éstos que juzgamos al Evangelio e interpretamos los acontecimientos de la historia de la salvación. Mas para los cristianos sólo el procedimiento contrario es el correcto. El Evangelio, el significado de los acontecimientos de la historia de la salvación y la experiencia eucarística de la vida en la Iglesia proporcionan el fundamento de nuestra fe y son éstos los que juzgan al mundo y a cada época histórica y civilizada. Empecemos primero dando gracias.

Quien no quiera o no es capaz de agradecer, probablemente no pueda comprender nada en materia de fe cristiana (I Col. 5: 8; Fil. 4: 6). Si somos desagradecidos, consideramos que no estamos en deuda con nadie y que todo nos pertenece por mérito propio. En ese caso no le debemos nada a nuestros padres y ancestros, ni a la sociedad en la que vivimos, ni a nuestro prójimo con quien vivimos, ni mucho menos a Dios. De esa forma se manifiesta el ethos de vida de autosuficiencia que conocemos en los tiempos que vivimos. Pero justamente estamos en deuda con nuestros ancestros, con nuestros padres y con la sociedad de la cual formamos parte, y fundamentalmente con Dios. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna” (San Juan 3:16).

El Padre nos da a su Hijo, no como pago y salario por nuestro trabajo, sino como inmerecido regalo de Su amor, ya que “de esta forma ha amado Él al mundo”. Un pago inmerecido sólo se puede recibir con una extrema acción de gracias, ya que es justamente un regalo. Y se otorga a aquellos que con amor hoy se acercan al pequeño e “indefenso” recién nacido Niño Jesús, ya que a un niño no se lo puede recibir de otra forma que no sea con amor. El niño solo entiende palabras de amor, así como Dios, Quien habla y entiende solo el lenguaje del amor. Y el regalo es la confirmación y la señal del amor. Dios Padre hoy día nos regala a su Hijo, y nosotros con amor y agradecimiento aceptamos este Don. Y es justamente sobre la base de este cimiento fundamental de nuestra existencia Cristiana, que ahora podemos seguir hablando de algunos aspectos más de esta gran celebración del día de hoy.

El Hijo de Dios asume la naturaleza humana y nace en un pesebre sin dejar de ser Dios, pero convirtiéndose en un hombre completo, en Dios-Hombre. Y este es el misterio más grande de nuestra fe: que Dios pueda estar presente en el hombre (1 Tim. 3:16). Del Espíritu Santo y María Virgen nace el Dios verdadero y el hombre verdadero, el Dios-Hombre Jesucristo. Y de aquel lejano acontecimiento en Belén, todo se renueva en la vida del hombre, de la misma manera en que esto fue un evento nuevo y único en la historia (2 Cor. 5, 17). Dios se une inseparablemente con el hombre, y todo aquel que nazca del Espíritu Santo en bautismo y crismación es hijo del Padre, no por naturaleza como Cristo sino por bendición y filiación (Gálatas 3:26). Nace un nuevo hombre del Espíritu Santo para la salvación y la vida eterna. Y así, el mismo Dios mediante la Encarnación y a través de nuestra fe, eleva al hombre, y a todos los hombres hacia la dignidad más grande: la de ser revelación de la presencia de Dios en la tierra.

“Ver tu rostro es como ver el rostro de Dios” (Gen. 33:10), dijo nuestro antepasado Jacobo a su hermano Esaú. Este testimonio del amor fraternal se hizo plenamente posible luego de la Encarnación del Hijo de Dios y deja  la consecuencia más profunda  para nuestra relación con otras personas, conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, hacia todos que entran en nuestras vidas, como así también hacia aquellos en cuya vida entramos: que el único camino que conduce a Dios pasa por ellos y por el amor que les mostramos. Con ascetismo debemos amar a nuestro prójimo, y a través de él, revelamos el amor verdadero y correcto hacia Dios.

Aquel que dice que ama a Dios que no ve, pero odia a su hermano que si ve, solo se miente a sí mismo y a Dios (1 Јuan 4, 20). Todos nosotros nacidos del Espíritu Santo como el Divino Hijo Cristo, bautizados y crismados, todas las personas que hasta el día de hoy son enseñadas por el Espíritu Santo, Quien es el Espíritu de comunidad, confesamos que el hombre solamente en la comunidad del amor es que verdaderamente vive como hombre. Estamos llamados a construir este tipo de relación en el matrimonio, la familia, la sociedad en general y, ciertamente, en la Iglesia, que por su naturaleza es la comunidad del amor. Es por eso que el hecho de vivir sólo para sí mismos y la autosuficiencia antes mencionada son pecados contra el Espíritu Santo, enfermedades que deben tratarse de inmediato tan pronto como se note cualquier signo de su aparición.

Con estos pensamientos de acción de gracias, comunidad y unidad como un don del Espíritu Santo, les anunciamos a ustedes, nuestros queridos hijos espirituales, el próximo 2019, año en el que celebraremos un gran jubileo de nuestra Iglesia: ochocientos años del recibimiento de la autocefalía. De acuerdo con los testimonios de Domentian y de Theodosio, quienes “en distintas palabras dicen lo mismo”, la ordenación de San Sava como el primer arzobispo serbio y la obtención de la independencia de la Iglesia Ortodoxa Serbia, tuvieron lugar en Nicea en 1219 gracias al amor y la comprensión del Emperador bizantino Teodoro I Laskaris y del entonces Patriarca Manuel I Charitopoulos Sarantenos. Está claro que San Sava aceptó ese ascetismo, el logro de la autocefalía por el cuidado de su pueblo, superando la autosuficiencia, con el deseo de reunir a los cristianos desunidos del estado serbio y unirlos verdaderamente en la Santa Liturgia.

En otras palabras, trabajó para dar una oportunidad a nuestros antepasados y a todos nosotros a estar verdaderamente unidos en el Evangelio de Cristo, en Su Iglesia, en la que todas las personas y todas las naciones, como hijos de Dios, se unen para participar en la vida de la Santísima Trinidad en una Liturgia común como anticipo del Reino Celestial. Habiendo recibido el título de “Arzobispo de Serbia y las costas”, San Sava comenzó su ministerio archipastoral en la Iglesia de nuestro Salvador, en el monasterio de Zicha, esforzándose, como dice Domentian: “en alimentar a las almas amantes de Cristo con alimento espiritual para sus almas, por medio de sermones y palabras espirituales”. Al tener a Cristo dentro de sí mismo y a todos los dones espirituales, “hizo fluir para todos manantiales de teología”. Durante el tiempo de Arsenije de Srem, el sucesor de San Sava, la Sede de la Iglesia Serbia se mudó a Pec, ubicada en las profundidades del país. Aquí, desde el Patriarcado de Pec, durante ocho siglos, la Iglesia Serbia ha proclamado las buenas nuevas del Evangelio acerca del nuevo nacido Niño Divino, que viene al mundo para salvar al mundo y al hombre con Su obra redentora.

Nuestros antepasados han atestiguado la verdad celestial-terrenal de que el Señor primero nos amó a nosotros, y que estamos llamados a responder a ese amor con una vida cristiana, al mostrarnos que en esta historia y en este mundo, la batalla por el Reino Celestial siempre está siendo combatida. Nos han confirmado en la fe que a través de la lucha ascética entramos en la vida eterna. En la medida en que nos acercamos a la vida de esta manera, no hay separación entre el Reino Celestial y el reino terrenal, porque solo existe una historia, una creación de Dios, un Reino, una economía de la Providencia de Dios y de nuestra salvación. En otras palabras, iluminamos la historia en la que vivimos, el reino terrenal con el Reino Celestial para que, al mismo tiempo, luchemos por la justicia de Dios y el Reino de Dios, mientras que todo lo demás, según las palabras de Cristo, vendrá por añadidura ( San Mateo 6:33; San Lucas 12:31) en este mundo y en esta era.

Luchando por la justicia de Dios y por el Reino Celestial, e iluminando el reino terrenal con el Reino Celestial, estamos llamados a mostrar un cuidado especial hacia nuestros hermanos y hermanas en Kosovo y Metohija. Todos los días escuchamos sobre el “progreso y desarrollo de la sociedad humana” y sobre el “cuidado especial por los derechos humanos”. Pero mientras nosotros y las naciones que nos rodean tenemos derechos con respecto a ciertas opciones de vida, para nuestros hermanos en Kosovo y Metohija esos derechos básicos de vida, dignos de los seres humanos, están siendo quitados. Es por eso que creemos que una de las condiciones previas vitales para la solución del problema de Kosovo y Metohija es la construcción de una sociedad fundada en la aplicación de derechos donde personas de diversos orígenes puedan vivir en paz con total protección y respeto por los intereses religiosos y culturales de todos y la identidad nacional. Hablar de una solución duradera del problema de Kosovo y Metohija sin tener en cuenta estas condiciones previas significaría aceptar la guerra y el robo étnico de posguerra como un hecho realizado y deshacerse de todos los valores sobre los cuales, al menos en principio, se funda tanto la Europa cristiana como el mundo entero.

Buscamos el respeto de uno de los principios cristianos básicos: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan para con vosotros, así también haced vosotros para con ellos” (San Mateo 7:12) Todo lo que exigimos para nuestros hermanos y hermanas en Kosovo y Metohija, nosotros estamos listos para ofrecer y dar a todos los pueblos que viven en Kosovo y Metohija o en otras partes de la República de Serbia. ¡Pero esta libertad para el pueblo serbio y para todos los demás pueblos no es posible en el autoproclamado estado ilícito de Kosovo! Esto se demuestra mejor por los eventos de nuestros días: la privación bárbara de alimentos, medicamentos y otros artículos esenciales para la vida del pueblo serbio mediante la aplicación de notables “impuestos”, amenazas constantes, arrestos y mucho más. El más reciente es el establecimiento del llamado “ejército de Kosovo” con el objetivo de continuar con el terrorismo y la expulsión final de todos los serbios, los que se encuentran al sur del río Ibar y los que se encuentran al norte de ese río serbio. Una vez más, enfatizamos que la cuestión de Kosovo y Metohija, entre otras cosas, es una cuestión de la supervivencia de nuestro pueblo, el clero, los monásticos y, especialmente, nuestros antiguos lugares sagrados, sin los cuales no seríamos quienes somos hoy.

Nuestros templos sagrados no son solo monumentos histórico-culturales, sino que su existencia tiene un significado profundo, principalmente como lugares de reunión litúrgica de nuestro pueblo, no solo de Kosovo y Metohija, sino de todas las regiones de Serbia y el mundo, donde sea que vivan los serbios. Con la esperanza de que la alegría de que nuestro recién nacido Niño Divino nos ayude a encontrar juntos un camino y salir de la impotencia causada por el pecado (Romanos 7:20), saludamos a nuestros hermanos y hermanas en Kosovo y Metohija en sus esfuerzos por sobrevivir y permanecer en la tierra prometida serbia, con las palabras que Cristo da a sus seguidores a lo largo de los siglos: “¡No temas, pequeño rebaño!” (San Lucas 12:32) “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: vuestra fe” (I Juan 5: 4).

Al mismo tiempo, mantenemos la esperanza de que los responsables de la difícil situación de nuestra gente también sean iluminados por la luz del Nacimiento de Cristo, para que ellos también puedan comprender la profundidad del pecado que cometen, no solo hacia nosotros y nuestros hermanos y hermanas, sino también hacia sí mismos y sus generaciones futuras. Tal vez recuerden las palabras del sabio Salomón: “La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado” (Proverbios 11: 6).

Con cuidado y responsabilidad pastoral, pedimos a nuestros hermanos y hermanas en Macedonia, que están en el cisma, que comprendan en el espíritu del amor de Cristo que la autocefalía es exclusivamente una institución eclesial y que debe contribuir al avance y la confirmación de la unidad entre las iglesias ortodoxas locales. En esa causa, la Iglesia Ortodoxa Serbia ha luchado y trabajado durante los últimos ocho siglos. Si de acuerdo con la lógica de este mundo, la autocefalía se entiende de otra manera, es decir como un elemento de la soberanía de un estado, la individualidad nacional o la separación, entonces no contribuye a la unidad y la construcción de la Iglesia, sino que por el contrario invita a la autosuficiencia y a vivir en aislamiento, y se convierte, paradójicamente, en un pecado contra el Espíritu Santo.

Enviamos el mismo mensaje a aquellos que hablan de la llamada “Iglesia de Montenegro”, que permanecen ciegos con sus ojos porque no ven a la antigua Metrópolis de Montenegro y el litoral. Están olvidando que la salvación no está condicionada a una declaración de quién es serbio y quién es montenegrino. La tentación es la misma en nuestra muy cercana y fraternal Ucrania, donde la pasión chauvinista-Rusofóbica, dirigida por políticos corruptos con la ayuda de Uniatas y, desafortunadamente, con la cooperación no canónica del Patriarcado Ecuménico, profundizó y diseminó el cisma existente y ha hecho peligrar seriamente la unidad de la ortodoxia en general. Cristo no vino solo para salvar al pueblo hebreo, a pesar de que fueron escogidos por Dios para preparar a todos los pueblos para la venida del Mesías, Él vino como el Salvador de todas las naciones, sin importar su nombre (Rom. 10:12) e independientemente de cómo se llamen en diferentes épocas.

Solo a través del perdón mutuo y la reconciliación es que podemos experimentar juntos el gozo del don de la salvación, por el cual debemos dar gracias. Teniendo esto en cuenta y con profunda tristeza y lamentación por el pueblo serbio y todas las demás víctimas de las desafortunadas guerras en los territorios de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina y Serbia, oramos al Niño Dios nuevo nacido, el Dador de toda paz, para que la paz finalmente pueda entrar en nuestros corazones y que podamos perdonarnos unos a otros, así como el Señor nos perdonó nuestros pecados (II Cor. 5:18). La única forma de liberarnos de la esclavitud del pasado y de los intereses políticos diarios es el perdón y la reconciliación, a los cuales nosotros llamamos a todos los pueblos con los que una vez vivimos en un solo estado.

Nos dirigimos especialmente a nuestros hijos espirituales en la diáspora, desde Toda América a Asia, desde Europa a Australia, y les pedimos que siempre muestren amor en acción en todos los lugares y hacia todos. Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, ayúdense mutuamente (San Lucas 6: 37-38) y siempre tengan en mente las palabras de Cristo: “No todos los que me dicen: ‘Señor, Señor’ entrarán en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (San Mateo 7:21). Sean ciudadanos conscientes y responsables de los países que les proporcionaron hogares, oren por las ciudades donde viven, porque en su bien será bueno a ustedes también (Jer. 29: 7), mas no olviden vuestra fe, idioma y patria, el país de sus antepasados, empapado con la sangre de los mártires.

Llamamos a todos vosotros, nuestros queridos hijos espirituales, al entendimiento mutuo, el amor y el perdón. Cuidémonos de las palabras pesadas y descuidadas, teniendo en cuenta que creamos con nuestras palabras el entorno social en el que vivimos. Las palabras leves sanan, las palabras crueles duelen y las heridas causadas por las palabras a menudo son más grandes que las heridas físicas. Es por eso que el sabio Salomón nos enseña que la muerte y la vida están en el poder de la lengua (Proverbios 18:21). Si vemos que nuestro prójimo nos inflige injusticia, actuemos de acuerdo con los principios del Evangelio, hablemos con él haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para ganar a nuestro hermano (San Mateo 18:15). Perdonémonos unos a otros setenta veces siete (San Mateo 18:22), y en los juicios que llevamos a los demás, dejémonos guiar por la verdad, la cual debemos explicar con suavidad, respeto y buena conciencia (II Cor. 4: 2).

Dando gracias al Señor por este día en el que, según las palabras de Román el Melodista, “¡La Virgen da a luz al Trascendente, y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible! ¡Los ángeles con los pastores Lo glorifican! ¡Los sabios viajan con una estrella! Ya que por nosotros, nació como un Niño pequeño el Eterno Dios”, anunciamos al mundo esta gran alegría y los saludamos a todos con el saludo de la Natividad:

 

¡La Paz de Dios – Cristo ha Nacido!

 

¡Que tengan un Feliz año nuevo 2019, bendecido por Dios!

 

Dada en el Patriarcado de Serbia en Belgrado, en la Navidad del 2018

 

Vuestros intercesores ante el Niño Dios Cristo:

 

IRINEJ, Arzobispo de Pec,

Metropolita de Belgrado y Karlovac,

Patriarca Serbio

 

Junto con todos los Metropolitas, Arzobispos y Obispos de la Iglesia Ortodoxa Serbia

 

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