¿Cuál es la clave de la alegría espiritual?

San Barsanufio de Óptina

 

Lo primero es pronunciar simplemente estas palabras: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. En los niveles más altos tiene tanto poder, que hasta podría mover montañas.

 

 

Hay una pregunta crucial: ¿Cuál es la clave de la alegría espiritual?

Y la respuesta a esta interrogante es sólo una: la oración con la mente. La oración mental tiene muchísimo poder. Lo primero es pronunciar simplemente estas palabras: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. En los niveles más altos tiene tanto poder, que hasta podría mover montañas. “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Creo está al alcance de todos pronunciar esas palabras. ¡Y cuánto provecho nos ofecen! Esta forma de oración es el arma más poderosa en la guerra contra las pasiones y los malos espíritus.

Hay almas llenas de orgullo. A otras las atacan los pensamientos impuros. Otras están llenas de envidia y no son capaces de luchar con ella. ¿Entonces, en dónde podrían encontrar fuerzas? Solamente en la oración de la mente.

El maligno hace todo lo que puede, con tal de apartarnos de esta oración. Nos aconseja, con astucia: “¡Qué tontería explayarse solamente en esto! Además, ni tu mente ni tu corazón participan de esta oración. ¿Por qué no haces algo distinto?”.

No lo escuches, que te está mintiendo. Sigue luchando. Repite la oración, y verás que no quedará sin frutos. Tampoco los santos dejaron de practicar esta oración, en ninguna circunstancia. La apreciaron tanto, que no la modificaron en lo más mínimo. Cuando veían que su mente se dispersaba o “se distraía” con algo, retomaban la oración. Esta lucha se asemeja al deseo que tiene el sediento de beber agua después de haber comido algo salado. Puede suceder que, de momento, el hombre no encuentre agua para saciar su sed. Y esta crecerá y crecerá. Pero, cuando finalmente encuentre un manantial, beberá con avidez. Lo mismo sucede con los santos y su sed de oración. Y la bebieron con un amor ardiente.

La oración nos acerca a Cristo.

 

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