Cómo distinguir la autocrítica del arrepentimiento

Nun Natalia (Kaverzneva)

 

Originally appeared at: The Catalogue of Good Deeds


La confusión acerca de este asunto es un problema muy común. Aquí está una pregunta típica de feligreses modernos:

¿Cómo podemos obtener arrepentimiento? ¿De dónde viene? ¿Cómo debemos implorar al Señor? He tenido un número de visiones de lo pecaminoso y tengo pesar y desaliento pero nada de arrepentimiento y eso es todo. No hay cambio de mi mente. Y he estado implorando durante tantos años, al parecer sinceramente. ¿Quién me puede decir por qué es así; qué depende de mí?- qué necesito hacer para cambiar esto?

Arrepentimiento, no como la autocrítica1 es un sentimiento muy práctico, si lo puedo decir. Consideremos esta tesis en una situación específica y cotidiana.

Por ejemplo, alguien tiene una discusión con sus compañeros de trabajo – y no sólo cualquiera persona, sino alguien quien intenta analizar su conducta en terminos del bien y del mal e intenta hacer un cambio para lo mejor.

Inmediatamente, la auto-crítica amontona sobre él un montón de pensamientos tristes: acerca de su mal carácter, acerca de situaciones del pasado, acerca de sus intentos sin número de autosuperación, y principalmente – acerca de su inutilidad e ineficacia.

Todo termina, como una regla, con la desesperación usual, cuando un hombre, triste por su imperfección, pierde las esperanzas respecto a la salvación de su alma y se instala enfrente de la pantalla y entra en el mundo de entretenimientoo o en su trabajo, o en los quehaceres domésticos, o en pasatiempos, en lo melancólico – hay más que bastantes posibilidades.

El arrepentimiento, sin embargo, primeramente provocará un plan de acción.

—¿Qué vas a hacer?— le pregunta al hombre otra vez. —¿No estás haciendo esta pregunta retóricamente? ¿No? ¿De verdad quieres hacer algo? ¡Qué podría ser más sencillo! Tienes que reparar el daño que has hecho a otros; pedir su perdón, ayudar a otros, mostrar atención para sus compañeros de trabajo…—

—No funcionará,— declara la introspección. —Será poco natural, ridículo…no entenderán.—

—¿Qué significan -no funcionará- y -no entenderán-?— pregunta el arrepentimiento. —¿Estás ofendido? ¿Te lastimó? Ahora intenta mitigar las consecuencias un poco por lo menos.—

—Les haré una reverencia, les adularé, y estarán discutiendo en secreto que lo estoy haciendo por la fuerza,— te pincha la auto-crítica.

—Pues, es la verdad,— te recuerda dócilmente el arrepentimiento. —Es por la fuerza. No importa lo que quieren decir por esta palabra – lo que importa es lo que quieres tú. ¿Quieres arreglar algo, verdad?—

—Sí, quiero,— se enfurruña la auto-crítica. —No quiero ofender a nadie, yo quiero que todos estén felices, quiero que todos siempre estén cariñosos y alegres conmigo…Eso es lo que verdaderamente quiero, ¡pero no resulta para mí!—

—Ahora, esto es demasiado,— se maravilla el arrepentimiento. —¡Todos y siempre! Ni aun el mismo Señor puede complacer a todos. Sin embargo, con estas personas específicas y este caso específico, ¿no puedes alegrar sus vidas? Sólo porque les debes ahora. Y, de todos modos, hay una buena chance que todavía se sentirán tu buena disposición – si está engendrada dentro de ti, por supuesto.—

—¡Pero no mis compañeros de trabajo!— estalla la auto-crítica de inmediato. —¡Son tan…tan! Arrogantes. Indisciplinados. Intolerantes. Groseros…me ofenden, me calumnian, se burlan de mí, me ignoran…¡están aun más en deudas conmigo! ¡Más!—

Y aquí está el momento de la verdad: resulta que no querríamos mucho ver nuestra propia culpa en este caso. Querríamos no tener una discusión, querríamos tener sentimientos cómodas de estar en lo correcto, pero ver nuestro error…no lo querríamos.

Exactamente la misma cosa pasa en relaciones familiares que han llegado a un callejón sin salida: Oyes a alguien mordiéndose y condenándose a si mismo: Algo está mal con él; es un mal esposo, un mal padre, un Cristiano indigno…pero en cada razonamiento específico, ¡está en lo correcto! O de hecho – tiene razón ¡y eso es todo! O porque su esposa se hartó y estaba forzada estar en lo equivocado…y generalmente ¡él tiene razón!

***

Usualmente cuando alguien acaba de venir a la fe, él es dado una experiencia del sentido paradójico de alivio el arrepentimiento puede dar. Cuando admitimos que estamos indignos de algo, nos humillamos, y aprendimos de experiencia personal que el yugo del Señor es fácil y Su carga es ligera.

Y de hecho, si estás en lo correcto, pero hay oscuridad total en tu alma; ¿entonces dónde está el camino de salida? No hay uno. No es asombroso que se dice que el infierno es un lugar donde todos tienen la razón. Pero cuando ves dónde estás en error, por cúanto, y con cuál frecuencia estás en error – todo se vuelve claro. Los senderos de salida aparecen y hay muchos de ellos.

El problema es que usualmente perdemos nuestros dones iniciales de gracia con rapidez espantosa. Después de recibir una experiencia gratis, de arrepentimiento por ejemplo, pronto empezamos a considerarla algo de lo nuestro, no tenemos miedo de perderlo, violamos las leyes de conservación (usualmente por la condena) y por supuesto, lo perdemos. Y de entonces en adelante tenemos que trabajar arduamente para recobrar una migas por lo menos de nuestra riqueza antigua.

Pues, bien: un hombre se da cuenta de que —como el Pródigo he malgastado mi vida—(himno sessional del domingo del hijo pródigo), y está avergonzado y quiere recobrar lo que perdió. ¿Qué debe hacer?

Hay los conceptos patrísticos de humildad de mente (smirennomudrie) y amor por la sabiduría (lyubomudrie). Significan la conducta de una persona quien todavía no ha adquirido las virtudes de humildad y amor, pero quien está intentando deliberadamente hacer lo recomendado. Adquirir el arrepentimiento requiere lo mismo: tienes que obligar a ti mismo a comportarte en una manera que concorda con alguien quien se está arrepentiendo.

Para empezar, tenemos que entender dónde exactamente está nuestra culpa para lo que ha pasado. Si esto no ocurre, entonces detrás de nuestra —Pues, perdón, perdóname…Yo tengo la culpa de todo,— de disculpa, nuestro interlocutor nota correctamente que no estamos admitiendo ninguna culpa, pero simplemente lo consideramos como un loco con quien es mejor no discutir; y él se ofende aun más.

Así que, en cualquier conflicto, tenemos que intentar levantar nuestras mentes a Dios con preocupación por lo que ha pasado. No te dejes en tus emociones, no bullas y estalles con rencor, sino de inmediato arrodíllate ante Dios con preocupación y una petición: —Señor, ¿qué he hecho de mal aquí? ¿O qué está mal conmigo generalmente? ¿Por qué hay tal reacción a mí?— Esta etapa clarifica si de verdad queremos ver nuestra parte del mal en la situación que se ha desarrollado.

No es nada de sorpresa que no lo queremos ver – nos obliga hacer mucho, después de todo. Detrás de la visión de su error, el arrepentido llega a darse cuenta de que tiene que estar dispuesto sufrir por ello. Y con arrepentimiento profundo viene no sólo la voluntad, sino también el deseo de sufrir. ¿Recordamos cómo el ladrón en la cruz expresó su arrepentimiento? Por una acción muy específica: Él consideraba que merecía la pena de muerte. El hijo pródigo se consideraba no digno de ser llamado hijo. Zacchaeus repartió su propiedad…

Vamos a la confesión y decimos, —He pecado,— pero entonces, aun antes de salir de la iglesia, estamos arreglando un enfrentamiento. Nosotros mismos decimos que somos pecadores; admitimos que no tenemos arrepentimiento…pero exigimos atención y reconocimiento para nosotros como si seamos mejor que otros. No sólo no estamos listos para aguantar lo desagradable, sino organizamos directamente una lucha intensa para el -placer-. Conducta muy extraña: no hay ni lógica ni sentido común en ella.

Y pasa que sólo cuando un estado de impenitencia nos lleva a las puertas del infierno, pedimos a Dios con un deseo sincero de ver nuestro error. Y a veces pasa que ni entonces llamamos.

***

La auto-crítica plantea goles inalcanzables – aquí y ahora – y entonces nos atormenta con tristeza. Nota esto: Todavía se nos ofrece el dolor, pero este dolor no trae nada de buen fruto.

Arrepentimiento es productivo; enseña acción que trae buen fruto. En este caso específico, nos dirá para qué pedir perdón, advirtiendo cuál tono debemos usar para pedirlo. Entonces te dejará en tu memoria una marca buena y profunda que eres un hombre quien es desenfrenado en palabras y emociones; recuerda con tal frecuencia estabas en error y con tal frecuencia le ofendías a alguien…

Y en otra situación, con esta marca ante tus ojos, no te reñirás con tus iguales, sino también perdonarás al menor su aventura poco amable y su palabra hiriente.

Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga bien y nunca peque. Tampoco apliques tu corazón á todas las cosas que se hablaren, porque no oigas á tu siervo que dice mal de ti: Porque tu corazón sabe, como tú también dijiste mal de otros muchas veces. (Ecl. 7:20-22).

Probablemente el secreto total de esta acción es que cuando te obligas a ti mismo hacerla, deja marcas no solo en tu memoria sino también en tu corazón. Los labores de adquirir el arrepentimiento rompen el corazón – y Dios no desprecia un corazón roto.

 

Fuente: russian-faith.com

 

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