Aun los ateos aman a sus familias – ¿Cómo son mejores los Cristianos?

Fr. Joseph Gleason

 

La parábola del buen samaritano es bella e inspiradora, y su mensaje es claro: Necesitamos ayudar a los necesitados. 

Pero hay un peligro que necesitamos evitar. Podemos estar tentados felicitarnos demasiado rápidamente, pensando que ya hemos obedecido la orden de Cristo, cuando de verdad ni siquiera hemos empezado obedecerla.

 

Vemos el amor, dinero, y cuidado que el buen samaritano da para curar al viajero lastimado. Y decimos, —Yo también he sacrificado mucho, mostrando amor para mi madre, mis hijos, y mis amigos. Trabajaba muy arduamente para ayudarlos cuando estaban en problemas. ¡Así que soy justo como el buen samaritano!—

Pero cuando pensamos así estamos olvidando algo importante: el buen samaritano no estaba ayudando a su familia ni a sus amigos. ¡Él estaba ayudando a un desconocido total!  (Lea la historia en Lucas 10:25-37.)

En el capítulo 6 del Evangelio de Lucas, Jesús dice,

Porque si amáis á los que os aman, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores aman á los que los aman. Y si hiciereis bien á los que os hacen bien, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestareis á aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores prestan á los pecadores, para recibir otro tanto.  Amad, pués, á vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed pues misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. Porque si amáis á los que os aman, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores aman á los que los aman. Y si hiciereis bien á los que os hacen bien, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestareis á aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores prestan á los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pués, á vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed pues misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.

(Lucas 6:32-36)

Por supuesto, es bueno amar a su familia. Es bueno amar a sus padres, a su esposa, y a sus hijos. Cristo manda que hagamos esto también.

El punto es que amar a tu familia no es bastante. Si sólo haces buenas cosas para tu familia y tus amigos – si sólo amas a los que aman a ti — entonces no haces nada mejor que los ateos y los paganos. Aun un ateo hace buenas cosas para sus padres e hijos.

Lo que hace diferente a nosotros Cristianos es que también amamos a desconocidos. Amamos a pecadores. Aun amamos a nuestros enemigos. Esto es lo que nos hace diferentes. 

¿Cuando vas a la iglesia y mendigos están afuera pidiendo dinero, les das algo? ¿O no les das nada, imaginando que sólo lo gastarían en alcohol?

¿Cuando ves un carro descompuesto en el lado de la calle, te paras para ayudar a la gente? ¿O sigues manejando imaginando que ya tienen dinero y un teléfono celular?

Cuando alguien te trata mal y luego aprendes que él está en problemas, le das la ayuda que necesita? ¿O te regocijas en su sufrimiento porque piensas —él lo merecía—?

  • Si muestras misericordia a tus padres, esto es loable.
  • Si amas a tu esposa, esto es maravilloso.
  • Si ayudas a tus hijos, esto es bueno.

Pero si quieres ser como el buen samaritano – si de verdad quieres ser un discípulo de Cristo – entonces tienes que hacer mucho más que eso.

Aun los paganos y ateos aman a sus familias y amigos. – Entretanto, Jesús nos llama para amar a desconocidos y enemigos.

Si queremos ser Cristianos, entonces tenemos que mostrar amor a cada persona – incluyendo a ateos, enemigos, y desconocidos totales. Si queremos ser como nuestro Padre Celestial, tenemos que bendecir a los que nos maldicen, hacer bien a los que nos odian, y orar para los quienes nos utilizan con rencor y nos persiguen. Tenemos que mostrar misericordia a cada persona – incluyendo a los quienes no nos muestan misericordia a nosotros.

El buen samaritano no preguntó al viajero lastimado de su religión. No le preguntó si el viajero era bueno o malo. No intentó averiguar si el viajero era su amigo o su enemigo. El buen samaritano sólo veía una cosa: Él veía a una persona en sufrimiento. Así que lo ayudó.

Después de proveer este ejemplo del buen samaritano, Jesús nos da esta orden a todos nosotros:

—Ve y haz lo mismo.— 

En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.

 

Fuente: russian-faith.com

 

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