¿Aún hay buenos cristianos?

San Nicolás Velimirovich

 

No me alcanzaría el papel para describir el maravilloso ejemplo de tantos cristianos verdaderos que he conocido en mi vida, y a ti te haría falta tiempo para leer todos esos testimonios y endulzarte el alma. De momento, examínate a ti mismo en el espejo de este breve relato.

 

 

Claro que los hay. Si no existieran, se extinguiría el orgulloso sol… ¿qué podría iluminar una candela tan valiosa para un simple sirviente?

No me alcanzaría el papel para describir el maravilloso ejemplo de tantos cristianos verdaderos que he conocido en mi vida, y a ti te haría falta tiempo para leer todos esos testimonios y endulzarte el alma. De momento, examínate a ti mismo en el espejo de este breve relato:
Sucedió el año pasado, cuando me hallaba de paso en Maciva (Serbia). Esperando el tren en una pequeña estación, noté la presencia, a un lado de los rieles, de una campesina muy anciana. Su arrugado rostro parecía iluminado con un especial resplandor, el mismo que suele caracterizar a las personas espirituales. Me acerqué a ella y le pregunté:
—¿A quién espera, hermana?
—A quien me envíe el Señor…
Después, al entablar conversación, me contó que cada día viene a la estación a ver si hay algún viajero pobre que necesite hospedaje y comida caliente. Si encuentra algún forastero necesitado, lo recibe con alegría, cual enviado del Señor, y lo lleva a su humilde casa, a un kilómetro de distancia.
Me contó también que le gusta leer las Santas Escrituras, que asiste regularmente a la iglesia, que ayuna y que respeta las demás disposiciones de Dios. Más tarde, sus vecinos habrían de confiarme que para ellos aquella mujer es una verdadera santa.

Quise terminar nuestra charla elogiando su evangélico amor al prójimo, pero cuando estaba por finalizar mi alocución, me interrumpió con un suspiro, diciendo:
—¿Acaso no somos también nosotros Sus húespedes, cada día, toda la vida?
Y sus ojos se llenaron de lágrimas al decir estas últimas palabras.

¡Oh, piadosa y dulce alma del pueblo…! Mi joven amigo, si te llenas de ínfulas y te crees preceptor del pueblo, muchas veces harás el ridículo. Si, al contrario, te haces discípulo del pueblo, nunca quedarás como un necio. ¡Que la Santa Misericordia de Dios te ilumine!

 

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