Algunos aspectos sobre la iconografía de la Natividad

Archimandrita Máximos Constas

 

El Nacimiento del Niño Jesús se halla estrechamente vinculado a Su muerte, (aspecto que puede ser observado) en la medida que el drama de la divina renuncia a sí mismo empieza a revelarse.

 

 

El ciclo iconográfico ortodoxo de la vida de Cristo abunda en alusiones a Su muerte sacrificial, comenzando con el ícono de Su Natividad. Envuelto como un cuerpo preparado para ser enterrado, el Niño en el pesebre nos recuerda, visualmente, a uno que está ya en el sepulcro y, en consecuencia, el final de la historia se nos presenta ya desde su inicio. Los más antiguos íconos de la Natividad asemejan el interior de la gruta con el altar de una iglesia, de forma que el Niño yace cual víctima sacra sobre un altar de ladrillos y piedra. En los íconos posteriores, la joven Madre tiene una mirada reflexiva, llevándose la mano al rostro, gesto que habrá de repetir a los pies de la Cruz. El Nacimiento del Niño Jesús se halla, así, estrechamente vinculado a Su muerte, (aspecto que puede ser observado) en la medida que el drama de la divina renuncia a sí mismo empieza a revelarse.

La iconografía de la Presentación de Nuestro Señor Jesucristo en el templo, que es la siguiente en este ciclo, analiza psicológicamente el drama metafísico de la Encarnación y la Resurrección. Si los primeros íconos de la Presentación resaltan la relación del Niño con Su Madre, las imágenes posteriores a la controversia iconoclasta se centran en la figura de Simeón y dramatizan el hecho que el Niño no es simplemente “ofrecido” en el templo, sino que está a punto de ser sacrificado, y este sacrificio constituye la base del cristianismo.

 

Fuente: Doxología.org

 

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