​¿Queremos la “magia” de la Navidad ​o que la alegría de Cristo nazca en nuestra alma?

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Hemos esperado con fervor el Nacimiento del Señor. Entonces, ¿cómo queremos celebrar esta festividad? ¿De forma trivial o de forma espiritual? Depende de lo que busquemos: ¿la “magia” de estos días, en la cual trabaja mucho “el señor del ardid”, o la alegría de esta fiesta, así como lo dispone nuestra Iglesia?

Ciertamente, la festividad del Nacimiento del Señor tiene un profundo sentido espiritual, santo y redentor, porque no se trata de celebrar cualquier suceso nacional o civil, sino la misma revelación, entre nosotros los hombres, del Hijo de Dios, en un cuerpo como el nuestro. Así, tenemos la unión de la criatura, con el mismo Ser Eterno, Dios. El objetivo de tal Encarnación no es otro que la deificación del hombre. De esta manera, con el Nacimiento del Señor no hacemos sino vivir una re-creación nuestra, una reconstrucción nuestra a partir del estado terrible al que el pecado nos ha llevado. Por eso, el mensaje de esta fiesta es el más gozoso y lleno de esperanza, de toda la historia: “No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor.” (Lucas 2, 10-11).

Cuando le damos su sentido verdadero a la fiesta del Nacimiento del Señor y cuando lo celebramos espiritualmente, entonces estamos alcanzando el mismo propósito de la Encarnación del Hijo de Dios: nuestra unión con Él, nuestra deificación. Alejando el actuar del maligno, se anulan sus planes oscuros, haciéndolo desaparecer de nuestra vida.

La peor decadencia de todas las que conocemos, es la secularización de esta fiesta. Celebrar mundanamente estos días, en lugar de hacerlo espiritualmente, hace de este suceso divino uno terrenal y meramente materialista. Falta la preparación espiritual, es decir el ayuno, la contrición, la confesión, la Santa Eucaristía, la oración, la Divina Liturgia, pero también el amor verdadero, el perdón, la bondad, la misericordia y el afecto hacia los demás. En lugar de ello, ahora todo se centra en la juerga, en los adornos, en ricos banquetes, bailes, distracciones nocturnas, viajes y, desde luego, regalos, juegos de cartas y espectáculos de toda clase. Hemos llegado al punto en que nos recordamos que se acerca la celebración del Nacimiento del Señor, partiendo de todo lo que acabo de enumerar. En otras palabras, hablamos de la absolutización de lo material, de lo absolutamente trivial, del rechazo a todo lo espiritual que aún quede de estas fechas… ¡Estamos hablando del Nacimiento de Cristo, sin Cristo!
¡Preparémonos, pues, para la fiesta del Nacimiento del Señor, de una forma espiritual! Esta fiesta nos ofrece un festejo espiritual de mucho provecho. Entonces veremos cómo también dentro nuestro nacerá Cristo.

 

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