San Esteban de Déchani, rey de Serbia

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Esteban era hijo del rey Milutin y padre del rey Dušan. Por orden de su mal informado padre fue cegado, y por orden de su veleidoso hijo fue estrangulado en su vejez. Cuando fue cegado, san Nicolás se le apareció en la iglesia de Ovče Polje (esto es, «prado de ovejas») y, mostrándole sus ojos, le dijo: «Esteban, no temas; he aquí tus ojos en mi mano. Yo te los regresaré a su debido tiempo». Esteban pasó cinco años en Constantinopla, como prisionero en el Monasterio del Pantócrator. Por su sabiduría y ascetismo, por su mansedumbre y devoción, y por su paciencia y benevolencia, Esteban sobrepasaba no sólo a los monjes de aquel monasterio, sino a los de toda Constantinopla. Cuando cinco años se hubieron cumplido, san Nicolás se le apareció de nuevo y le dijo: «He venido a cumplir mi promesa». Entonces hizo la señal de la Cruz sobre el rey ciego, y este recibió la vista. En acción de gracias a Dios, Esteban construyó el Monasterio de Déchani, un excepcional ejemplo del mejor estilo bizantino, y uno de los más famosos memoriales de la piedad serbia. El santo rey Esteban, san Sava y el santo príncipe Lázaro constituyen un triunvirato de santidad, nobleza y abnegación, el don del pueblo serbio. Viviendo en la tierra como mártir, y murió como mártir en 1336, recibiendo una corona de gloria inmortal del Omnipotente, a quien sirvió tan fielmente.

Para consideración:

Si alguna vez hubo un rey santo en el trono de un reino terrenal, este fue Esteban de Déchani. Los griegos, que consideraban bárbaros a los eslavos, se asombraban ante la belleza del alma de Esteban como ante una de las maravillas más excepcionales de aquel tiempo. Cuando el emperador Juan Cantacuzeno envió al abad del Monasterio del Pantócrator en asuntos de negocios ante el rey Milutin, el rey, entre otras cosas, preguntó acerca de su hijo Esteban. «¿Me pregunta acerca de ese segundo Job, Su Majestad?», contestó el abad. «Sepa que su santidad excede vuestra majestad real». El emperador griego era al principio muy cruel con Esteban, encerrándolo primero en un lugar aislado y prohibiéndole recibir visitas, y luego transfiriéndolo al Monasterio del Pantócrator con la esperanza de que el estricto ascetismo le debilitara hasta matarlo. Mas Dios preservó al bienaventurado Esteban, y este soportó la áscesis del ayuno y la oración como un monje hecho perfecto. Comenzó a hablarse acerca de su sabiduría a través de Constantinopla, y el Emperador comenzó a valorarle y a recurrir a él para pedir consejo. Así, por ejemplo, san Esteban contribuyó a la caída de la infame herejía de Barlaam, en contra de la cual luchó san Gregorio Palamás. Barlaam estaba en Constantinopla en aquel tiempo y, mediante hábiles intrigas, había atraído a muchos que eran eminentes en la Iglesia y en la corte a su manera de pensar. Perplejo, el emperador llamó a Esteban y le preguntó que debía hacerse con respecto a Barlaam. El sabio Esteban contestó con las palabras del Salmista: «Aborrezco, oh Señor, a los que te aborrecen», y añadió: «Los hombres peligrosos deben ser expulsados de nuestra compañía». Oyendo esto, el emperador Juan Cantacuzeno expulsó a Barlaam de la ciudad con gran deshonra.

TROPARIO, TONO IV

Soportando pacientemente tus sufrimientos,
padeciste múltiples heridas, oh bienaventurado Esteban.
Después de tu muerte, recibiste una corona de Dios
y te uniste a las filas de los mártires,
entrando dignamente a tu morada en la tierra de los mansos.
Intercede ante Cristo Dios para que conceda
a nuestras almas su gran misericordia.

 

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