Mártir Pedro Apselamo de Palestina

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En Cesarea de Palestina, san Pedro, llamado «Apselamo» o «Bálsamo», mártir, que en tiempo del emperador Maximino, invitado, tanto por el presidente del tribunal como por los demás asistentes al juicio, a reconsiderar su juventud, sin ceder a tales persuasiones demostró su fe en Cristo y murió con ánimo esforzado en el fuego, como oro purísimo.

De acuerdo con la relación de sus «Actas», Pedro Balsam nació en el territorio de Eleuterópolis, en Palestina, y fue hecho prisionero en Aulana, durante la presecución de Maximino. En el interrogatorio, Severo, gobernador de la Provincia, comenzó por preguntarle su nombre. Él respondió: «El nombre de mi familia es Balsam, pero mi nombre de bautismo es Pedro».
Severo: ¿De qué familia eres y en dónde naciste?
Pedro: Soy Cristiano
Severo: ¿Cuál es tu oficio?
Pedro: ¿Qué ocupación u oficio más noble puedo tener que el ser cristiano?
Severo: ¿Conoces los edictos imperiales?
Pedro: Conozco la ley de Dios, Soberano del universo.
Severo: Muy pronto sabrás que existe un edicto del más clemente de los emperadores, en el que ordena que todos aquellos que no sacrifiquen a los dioses sean condenados a muerte.
Pedro: También es necesario hacerte conocer una ley, donde el Rey Eterno manda que perezcan todos aquellos que ofrecen sacrificios al demonio. Y entre esas dos leyes, ¿a cuál me aconsejas obedecer? ¿Debo morir decapitado, o escoger la condenación eterna del gran Rey y verdadero Dios?
Severo: Puesto que me pides consejo, mi opinión es que debes obedecer al edicto del emperador y sacrificar a los dioses.
Pedro: Jamás me convencerás de ofrecer sacrificios a ídolos de madera y de piedra, pues tus dioses no son otra cosa.
Severo: Te recuerdo que tengo poder para vengar esas afrentas, condenándote a muerte.
Pedro: Mi intención no es ofenderte; no he hecho más que repetir lo que está escrito en la ley divina.
Severo: Ten compasión de ti mismo y sacrifica a los dioses.
Pedro: Para no sentir compasión de mí mismo, debo abstenerme de sacrificar a los dioses.
Severo: Quiero mostrarme benigno contigo y por lo tanto, voy a darte tiempo para que reflexiones y salves tu vida.
Pedro: Será inútil la demora, pues no cambiaré de opinión; haz pronto lo que estás obligado a hacer y concluye la obra que el demonio, tu padre, ha comenzado, porque yo no haré jamás lo que Jesucristo me prohíbe.

Al oír esto, Severo ordenó a los verdugos que descoyuntaran a Pedro en el potro. Cuando se hallaba en la tortura, el gobernador le preguntó irónicamente: «Y bien, Pedro, ahora que has probado el potro, ¿estás dispuesto a sacrificar?» Pedro contestó: «Desgárrame con tus garfios y no me hables de sacrificar a tus demonios. Ya te he dicho que sólo ofreceré sacrificios a Dios; por Él sufro». Ante tal respuesta, el gobernador mandó a los verdugos que intensificaran la tortura; pero lejos de quejarse, el mártir entonó alegremente los versos del real profeta: «Una cosa he pedido al Señor y sólo esa buscaré: habitar en su morada todos los días de mi vida. Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor» (Sal 27,4). Los espectadores, al ver correr en abundancia la sangre del mártir, le gritaban: «Obedece al emperador; sacrifica a los dioses y líbrate así de la tortura». Pedro replicó: «¿A esto llamáis tortura? Yo no siento ningún dolor; en cambio, si no fuera fiel a mi Señor, sería condenado a tormentos que no pueden imaginarse». También el juez intervino:
Severo: Sacrifica, Pedro Balsam, o tendrás que arrepentirte de no haberlo hecho.
Pedro: No sacrificaré, ni me arrepentiré de no hacerlo.
Severo: Mira que estoy a punto de dictar mi sentencia.
Pedro: Tal es mi mayor deseo.

Entonces Severo pronunció su sentencia: «Damos la orden de que Pedro Balsam sea crucificado, por haberse negado a obedecer el decreto de nuestros invencibles emperadores y por haber defendido tercamente la ley de un crucificado». Así terminó su triunfal carrera este glorioso mártir, en Aulana, el 11 de enero.

 

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