Dos mujeres, doce años, un Salvador

Fr. Joseph Gleason

 

Todos nosotros somos como esas dos mujeres. Unos de nosotros somos muy respetados y unos de nosotros somos parias. Unos de nosotros nos disfrutan de muchos privilegios, pero sólo a corto plazo. Eventualmente, enfermedad y muerte nos vienen por todos nosotros y vamos a nuestras tumbas. 

Si somos como la hija del gobernante o si somos como la mujer enferma con el flujo de sangre, todos nosotros necesitamos igualmente contacto con el Señor Jesucristo. Sólo Él puede curar nuestras enfermedades, y sólo Él puede rescatarnos de la muerte. 

 

Durante doce años, dos mujeres estaban caminando un largo sendero hacia conocer a Jesús.

Una era una mujer quien se había vuelto muy enferma y estaba sangrando severamente, y nadie podía decirle cómo parar su flujo de sangre. La otra era sólo una bebé, una recién nacida. Durante los próximos doce años, estas dos mujeres caminaban dos senderos muy diferentes:

  • Una era la hija de un gobernante de la sinagoga. Su familia estaba regularmente en la sinagoga y también podría haber viajado al templo en Jerusalén unas veces. Ella probablemente era como una -hija de sacerdote- de hoy.
  • La otra estaba prohibida del templo durante más que una década. Porque estaba sangrando, a ella se le consideraban -impura- y no le permitían asistir a los servicios.
  • Una era una niña con padres cariñosos, probablemente recibiendo abrazos y afecto regularmente.
  • La otra era una paria. Porque se estaba sangrando, sólo tocarla podía hacer -impuro- a otra persona y así ella estaba prohibida del templo. Así que durante doce años largos y solitarios, nadie la querría ni tocar.

Durante doce años, estas dos mujeres vivían vidas muy diferentes. Una estaba de buena salud, era amada, y era parte de una familia respetada. La otra era una paria enferma a quien ni le permitían adorar a Dios en el templo.

Pero la muerte vino primero a la joven. Cuando ella dejó de respirar, todos sus privilegios se desaparecieron en un sólo instante. Como cadáver, ahora ella también era considerada -impura-. Y si alguien querría tocar su cuerpo muerto, él también estaría -impuro-.

Pero no es posible hacer a Jesús impuro. Él no puede ser corrumpido. Cuando Jesús toca a los enfermos y a los muertos, su impureza no Le afecta. En vez de eso, Su pureza y Su vida Le fluye de Él – sanando a los enfermos y resucitando a los muertos.

En fe, cuando la mujer tocó el dobladillo de Su prenda, ella era instantáneamente curada. Sus años de sufrimiento vinieron a un fin. Jesús no era profanado por Su toque. La mujer era purificada.

Cuando Jesús tocó la mano de la niña muerta y le dijo levantarse, ella era resucitada instantáneamente y era curada. Su sufrimiento vino a un fin. Jesús no era profanado por este toque. La niña fue resucitada de entre los muertos.

Lee su cuento en Lucas 8:41-56.

Todos nosotros somos como esas dos mujeres. Unos de nosotros somos muy respetados y unos de nosotros somos parias. Unos de nosotros nos disfrutan de muchos privilegios, pero sólo a corto plazo. Eventualmente, enfermedad y muerte nos vienen por todos nosotros y vamos a nuestras tumbas. Y cuando estás muerto, no importa nada más si era rico o pobre, enfermo o de buena salud, amado o una paria. Un emperador muerto no es mejor que un esclavo muerto. Como las Santas Escrituras dicen, —un perro vivo es mejor que un león muerto.— La muerte es la que hace igual a todos.

Si somos como la hija del gobernador o si somos como la mujer enferma con el flujo de sangre, todos nosotros necesitamos igualmente al Señor Jesucristo. Sólo Él puede curar nuestras enfermedades y sólo Él puede rescatarnos de la muerte.

Si queremos ser curados, entonces imitemos a la mujer con el flujo de sangre. Que nos humillemos, vengamos a Cristo, y extendamos la mano para tocar el dobladillo de Su prenda. Él le dijo a la mujer, —Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz.— Si Le venimos a Él con humildad y fe, como hizo ella, entonces Él nos hablará así a nosotros también.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.

(semana 24 después de Pentecostés – Domingo, 22 de noviembre de 2020)

Padre Joseph Gleason

 

Fuente: russian-faith.com

 

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