Apóstole Bartolomé

 

El Santo Apóstol Bartolomé fue uno de los doce Apóstoles de Cristo. Después de recibir el Espíritu Santo, que descendió sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, el Santo Bartolomé, junto al Apóstol Felipe, le tocó predicar el Evangelio en Siria y Asía Menor. Ambos se trasladaron allí, primero predicando juntos y después por separado, a través de varias ciudades, luego juntándose de nuevo, llevando a la gente a la salvación a través de la fe en Jesucristo.
En Asia Menor, el Apóstol Felipe se separó del Santo Bartolomé por un tiempo, en donde convirtió a Cristo a los fieros y salvajes habitantes de Lidia y Misia. Por ese tiempo, el Santo Bartolomé, que anunciaba a Cristo en las ciudades vecinas, recibió un mandato del Señor para ir en ayuda del Santo Felipe. Una vez reunidos, el Santo Bartolomé se esforzó en sus tareas apostólicas junto a él en una sola unión de pensamiento. Felipe fue seguido por su hermana, la virgen Mariamna, y todos juntos comenzaron a trabajar por la salvación de la raza humana. Durante su paso por las ciudades de Lidia y Misia y al difundir las buenas nuevas de la palabra de Dios, tuvieron que soportar muchas pruebas, azotes y tribulaciones a manos de los infieles; fueron encarcelados y apedreados; pero a pesar de todas estas persecuciones, mediante la gracia de Dios, siguieron con vida para las tareas que les esperaban en la difusión de la fe cristiana.
En una de las aldeas de Lidia se encontraron con San Juan el Teólogo, el querido discípulo de Cristo, y con él viajaron a la tierra de Frigia. Al entrar a la ciudad de Hierápolis anunciaron a Cristo. Por ese entonces, la ciudad estaba llena de ídolos que todos sus habitantes adoraban; y entre estas falsas deidades había una inmensa víbora, para la cual habían construido un templo especial. Allí le llevaban comida y le ofrecían innumerables y variados sacrificios. Estos irracionales adoraban de igual forma a otras serpientes y víboras. El Santo Felipe y su hermana se protegieron a sí mismos con oraciones contra la víbora, y fueron ayudados por el Santo Bartolomé y Juan el Teólogo, quien todavía se encontraba con ellos en ese momento. Todos juntos vencieron a la serpiente mediante la oración, como si esta fuera una lanza, y a través del poder de Cristo la mataron. Posteriormente, Juan el Teólogo se separó de ellos, dejándoles Hierópolis para que allí anunciaran la palabra de Dios, en tanto que él se marchó a otras ciudades para difundir las jubilosas sagradas nuevas. Felipe, Bartolomé y Mariamna se quedaron en Hierápolis, esforzándose con empeño por eliminar la oscuridad de la idolatría, a fin que la luz del conocimiento de la verdad pudiera brillar entre los descarriados. En esto trabajaron día y noche, enseñando la palabra de Dios a los incrédulos, fustigando a los necios y encaminando a los errantes por el camino de la verdad.
En esa ciudad había un hombre llamado Estaquio, el cual era ciego desde hacía Cuarenta años. Los Santos Apóstoles, mediante el poder de la oración, dieron luz a sus ojos corporales, y predicando a Cristo, iluminaron también su ceguera espiritual. Después de bautizar a Estaquio, los Santos se quedaron en casa de éste. Al difundirse por la ciudad el rumor que el ciego Estaquio había recuperado la vista, una gran multitud de gente comenzó a agolparse en la casa. Los Santos Apóstoles enseñaron a todos los llegados la fe en Cristo Jesús. Muchos enfermos fueron también llevados, y los Santos Apóstoles sanaron a todos con la oración y expulsaron demonios, de modo que un gran número de personas llegáron a creer en Cristo y se hicieron bautizar.
La esposa del gobernador de esa ciudad, un hombre llamado Nicanor, fue mordida por una serpiente y yacía enferma, a punto de morir. Al saber que los Santos Apóstoles se alojaban en casa de Estaquio y que ellos sanaban toda clase de males tan sólo con una palabra, en ausencia de su marido ella se hizo llevar con sus esclavos donde ellos. Allí recibió una doble curación: en el cuerpo, de la mordida de la serpiente; y en el espíritu, del engaño demoníaco; porque al recibir las enseñanzas de los Santos Apóstoles, llegó a creer en Cristo. Cuando el gobernador regresó, sus esclavos le informaron que a su mujer le habían enseñado a creer en Cristo unos extranjeros que vivían en casa de Estaquio. Con gran furia, Nicanor ordenó arrestar inmediatamente a los Santos Apóstoles y quemar la casa de Estaquio, órdenes que fueron cumplidas. Después se congregó una gran cantidad de gente, y arrastraron por la ciudad a los Santos Apóstoles Felipe y Bartolomé, e incluso a la santa virgen Mariamna, mofándose de ellos, golpeándolos y, finalmente, encarcelándolos. Posteriormente, el gobernador de la ciudad tomó su sitio en el tribunal, para presidir el juicio a los que anunciaban a Cristo. Se presentaron todos los sacerdotes de los ídolos y los sacerdotes de la serpiente muerta y expusieron sus quejas contra los Santos Apóstoles, diciendo: “Oh Señor, venga el deshonor hecho a nuestros dioses; porque desde que estos extranjeros se aparecieron en nuestra ciudad, los altares de nuestros grandes dioses permanecen olvidados y la gente ya no se acuerda de ofrecerles sus sacrificios acostumbrados; nuestra reconocida diosa, la serpiente, ha muerto, y la ciudad entera se llena de iniquidad. Por lo tanto… ¡Da muerte a estos hechiceros.
Entonces el gobernador de la ciudad ordenó que despojaran a Felipe de sus vestimentas, pensando que dentro se encontraban sus mágicos encantos; pero cuando se lo quitaron, no encontraron nada. Lo mismo hicieron con el Santo Bartolomé, pero tampoco encontraron nada en su ropa, y cuando se acercaron a Mariamna con la misma intención es decir, quitarle la vestimenta y dejar desnudo su virginal cuerpo, repentinamente ella se transformó en una ardiente llama ante la vista de todos, por lo que los impíos tuvieron que huir atemorizados. Los Santos Apóstoles fueron condenados por el gobernador a la crucifixión.
El primer en sufrir fue San Felipe. Le perforaron orificios entre los huesos del tobillo, por donde hicieron pasar cuerdas, y lo crucificaron en una cruz con la cabeza hacia abajo, delante del portal del templo de la serpiente, y entre tanto le arrojaban piedras. Después crucificaron al Santo Apóstol Bartolomé en la pared del templo. Repentinamente, un gran terremoto sacudió la tierra; esta se abrió y se tragó al gobernador, a todos los sacerdotes y a una gran cantidad de infieles. Todos los que permanecieron con vida, tanto creyentes como paganos, se sobrecogieron de temor y, lamentándose, rogaron a los Santos Apóstoles que se apiadaran de ellos, suplicaron al verdadero Dios que no permitiera que la tierra se los tragara a ellos también. Apresuradamente se pusieron a sacar de la cruz a los Apóstoles. San Bartolomé no estaba suspendido muy por encima del suelo, por lo cual pudo ser sacado pronto. Pero a Felipe no lograron sacarlo, porque estaba suspendido muy arriba, particularmente porque era la voluntad de Dios que su Apóstol, después de estos sufrimientos y muerte en la cruz, pasara de la tierra al cielo, a donde se habían dirigido sus pasos durante toda su vida. Colgado de esta manera, el Santo Felipe oró a Dios por sus enemigos, para que él los perdonara de sus pecados e iluminara su mente a fin que aprendieran el conocimiento de la verdad. El Señor accedió a su petición e inmediatamente hizo que la tierra echara con vida a las víctimas que se había tragado, con excepción del gobernador y los sacerdotes de la serpiente. Entonces todos confesaron y glorificaron en voz alta el poder de Cristo, expresando su deseo de ser bautizados. Cuando se aprestaban para sacar al Santo Felipe de la cruz, se dieron cuenta que ya había entregado su santa alma en manos de Dios, entonces lo bajaron muerto. Su hermana, la santa Mariamna, que había presenciado en todo momento los sufrimientos y la muerte de su hermano Felipe, abrazó y besó con amor su cuerpo, cuando lo bajaron de la cruz y se alegró que él hubiese sido honrado con sufrir por Cristo. San Bartolomé bautizó a los que llegaron a creer en el Señor y ordenó como obispo a Estaquio. Los recién conversos cristianos enterraron con gran honor el cuerpo del Santo Apóstol Felipe. En el lugar donde se derramó la sangre del Santo Apóstol, creció en tres días una vid, como señal que San Felipe estaba disfrutando de la dicha eterna junto a su Señor en su Reino por la sangre que había derramado en nombre de Cristo.
Después del entierro del Apóstol Felipe, San Bartolomé y la bendita virgen Mariamna se, quedaron unos cuantos días más en Hierápolis, a fin de afirmar en la fe de Cristo la recién fundada iglesia, y después se separaron. La santa Mariamna fue a Licaonia, en donde después de anunciar triunfalmente la palabra de Dios, descanso tranquilamente en el Señor (conmemorándosela el 7 de febrero). En tanto que el Santo Bartolomé fue a la tierra de India, en donde pasó mucho tiempo trabajando en la predicación de Jesucristo, pasando por ciudades y aldeas y sanando en su nombre a los enfermos. Después de iluminar a muchos, paganos y establecer iglesias, tradujo a la lengua local el Evangelio según San Mateo, el cual había traído consigo, y se los mostró. También les dejó un Evangelio escrito en lengua hebrea, el cual fue llevado a Alejandría un siglo después por el filósofo cristiano Panteno. De la India, San Bartolomé fue a Armenia Mayor. Al llegar a dicho lugar, los ídolos, o mejor dicho, los demonios que moraban en éstos, se callaron, lamentando con sus últimas palabras que Bartolomé los estaba atormentando y que pronto los expulsaría. En realidad, los espíritus inmundos fueron expulsados no sólo de los ídolos, sino que también de la gente, con la sola aproximación del Apóstol; por esta razón muchos se convirtieron a Cristo.
Polimio, el rey de esa tierra, tenía una hija que estaba poseída por el demonio, quien exclamaba por los labios de ella: “Bartolomé, ¿también nos echarás de este lugar?” el rey, al oír esto, ordenó buscar inmediatamente a Bartolomé; y cuando el Apóstol de Cristo estuvo al lado de la muchacha poseída, el demonio huyó al instante, siendo sanada la hija del rey. El rey, deseando mostrar su gratitud al Santo, le llevó camellos cargados de oro, plata, perlas y distintas piedras preciosas. El Apóstol, en su gran humildad, no guardó nada de lo que había recibido, sino que devolvió todo al rey, diciendo: “Yo no busco estas cosas, sino más bien el alma de los hombres; y si las consiguiera y las llevara a las mansiones del cielo, seré un gran mercader ante los ojos del Señor.” El rey Polimio, impactado por estas palabras, comenzó a creer en Cristo junto a toda su familia y recibió el bautismo del Santo Apóstol, junto con la reina y la hija que el Santo había sanado, además de una gran cantidad de nobles y gente de esa tierra; en esa ocasión recibieron también el Santo bautismo tantos como diez ciudades, siguiendo el ejemplo de su rey.
Sin embargo, al ver esto los sacerdotes idólatras se encolerizaron contra el Santo Apóstol, lamentándose profundamente por la destrucción de sus dioses, la caída de la idolatría y el abandono de los templos, de donde había obtenido su medio de vida. Entonces convencieron al hermano del rey, Astiago, para que infligiera venganza a él por la ofensa hecha a sus deidades. Astiago, esperando el momento preciso, apresó al Santo Apóstol en la ciudad de Albano y lo hizo crucificar con la cabeza hacia abajo. El Santo Apóstol sufrió con dicha por Cristo y, así suspendido de la cruz, no dejó de proclamar la palabra de Dios. Hizo que los fieles fueran firmes en su fe y exhortó a los descreyentes que conocieran la verdad y se alejaran de la oscuridad de los demonios hacia la luz de Cristo. El tirano se rehusó escuchar esto y, en lugar de ello, ordenó desollar vivo al Apóstol; sinembargo, el Santo, soportando todo con gran paciencia, no se quedó callado, sino que enseñó a todos sobre Dios y ofreció a él la glorificación. Finalmente, el tirano mandó arrancar la cabeza del Santo Bartolomé de su cuerpo, junto con su piel. Sólo entonces sus labios se aquietaron; aunque su cuerpo, al ser sacada su cabeza, permaneció colgado de la cruz; en tanto que sus piernas, que fueron colocadas hacia lo alto, daban la impresión de apuntar el camino del Apóstol hacia el cielo. Así concluyó la vida terrenal de Bartolomeo el Apóstol de Cristo, que había pasado por mucho dolor, hacia la gloria de su Señor (alrededor del año 90 d.C.). Los fieles que estaban presentes en el momento del descanso del Santo Apóstol, sacaron su cuerpo de la cruz, así como su cabeza y piel, lo colocaron en un ataúd de plomo y dispusieron su entierro en la Ciudad de Albano (ahora Baku) en Armenia Mayor. Con sus reliquias los enfermos recibieron curaciones milagrosas, razón por la cual muchos descreyentes se convirtieron a la Iglesia cristiana.

 

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